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Mesías de Dune

¡Bienvenidos pasajeros! Durante ya más de un año, me he resistido a cubrir los libros de Dune, pese a haberlos leído, puesto que no pertenezco a ninguno de los grandes grupos en cuanto a su recepción: ni me considero un experto devoto que lo encumbra como lo más avanzado de la ciencia ficción (o fantasía espacial, sería un género más apropiado), ni los desprecio como poco más de una lectura abrumadora y pretenciosa. Tras mucho reflexionar, he decidido realizar una reseña breve de la segunda novela, en parte porque mi perspectiva de ella no ha sido afectada por una película, y en parte porque me parece la más accesible de las novelas originales.


Si el primer libro aprovechaba la estructura tradicional del viaje del héroe, solo para subvertirla en una fuerte denuncia de las estructuras de poder, incluyendo la religión; el segundo libro es menos complejo, mucho más corto y directo, en una historia que se desarrolla en un plazo más corto y que pasa a segundo término muchos de los temas de la primera película, aunque estos siguen presentes. Continuando con su exploración del poder, la segunda novela se enfoca en contar las consecuencias de la “utopía”, pues incluso el regreso del agua a Arrakis, que se podría considerar el único aspecto positivo de la jihad del primer libro, ha implicado sacrificar, quizá de forma irreversible, el estilo de vida Fremen. Paul Atreides es un protagonista fascinante, pues pese a las oscuras implicaciones de su casi total omnisciencia; y las atrocidades que ha hecho (o ha permitido que se hagan en su nombre), dentro de él permanecen vestigios de una buena persona, llena de añoranza por una vida más sencilla y culpa por las manipulaciones que ha propiciado y las vidas destruidas, pero en una excelente metáfora de muchos líderes políticos pasados y presentes, decidido a convencerse a sí mismo que su tiranía es necesaria para salvar a la humanidad de un destino peor.


Como persona, discrepo con gran parte de las visiones de Herbert, mucho más conservador de lo que las adaptaciones de sus obras parecerían indicar (su homofobia explícita es especialmente desagradable), pero no se puede negar que su estilo narrativo es en extremo sugerente, y debe ser una de las novelas “populares” más proclives a la discusión académica. En cuestión de estructura, la secuela es muy similar a la original en lo que concierne a usar la narrativa como vehículo para desarrollar ideas filosóficas, pero es más ágil pues hay un mayor énfasis en los diálogos. Antes de leer la novela por primera vez, escuché que la composición era mucho más tradicional que la de Dune, y temía que eso implicara perder algunos de los aspectos que más había disfrutado del libro original, por lo que fue muy grato comprobar que los epígrafes, que junto con una entrevista inicial le proporcionan a la narrativa una atmósfera casi de crónica, permanecieron, logrando un comentario adicional muy efectivo sobre la manipulación de la Historia.


Creo que la mejor decisión del autor fue su salto temporal de doce años con respecto al primer libro, pues no sólo permite poner a Paul en un trono ya consolidado, con suficiente tiempo para que sus decisiones como monarca le pesen, sino que así se consolida como un libro anti guerra: al no mostrar la jihad, más que como referencias contextuales, evita glorificar de cualquier manera la violencia. Sé que muchos lectores se disgustaron con esta decisión, pues despoja a la franquicia de su tono de “aventura”, pero yo siempre he creído que el thriller político es un género más adecuado para los temas de Dune, uno peculiar pues hay una casi total falta de tensión externa: los conspiradores son presentados antes que el protagonista, y Paul está consciente de casi todas las intrigas en su contra, siendo la principal fuente de momentum, al menos en los dos primeros tercios de la novela, sus dudas internas.


Varios personajes regresan del libro original, pero debo decir, creo que la ausencia de Jessica y Gurney daña un poco la narrativa. Asimismo, por mucho el peor aspecto de la novela para mí es la relación entre Alia y Hayt (en particular ella tiene serios problemas de caracterización), pero el personaje de Hayt por sí solo es fascinante, y la exploración a través de él de los conceptos de memoria e identidad son los más reflexivos de la novela. La otra cara de la moneda, en cuanto a personajes veteranos son Paul y Chani, su relación es la parte más humana de toda la novela, el ancla emocional del protagonista y un romance sorprendentemente bien logrado pese a la poca caracterización de ella en el primer libro. Paul es un mejor personaje en la secuela que en el primer libro, pues liberado de sus arquetipos se somete a una deconstrucción más profunda: el todopoderoso emperador es prisionero de su propia divinidad, y sin revelar muchos detalles de la historia, me gusta el uso de la ceguera (tanto visual como precognitiva) como eje temático, equiparada a los anhelos por la libertad, con el final del protagonista uno de los más poéticos de la literatura del siglo XX.


En cuanto a los personajes nuevos (e incluyo en esta lista a la princesa Irulan y la Reverenda Madre, pues reciben dimensiones que no poseían en la original), es en ellos donde más noto la pasión creadora de Herbert. Scytale, Edric y Bijaz son grandes personajes, carismáticos y memorables cada uno a su modo, y me gusta que hay una expansión de los conceptos más elevados de construcción de mundo, incluyendo a las gholas (que me parece una idea aterradora) y la exploración de la Bene Tleilax, una fuerza antagónica que, desde mi punto de vista, es más interesante que la Bene Gesserit, pues veo mucho del presente en su xenofobia y obsesión por la modificación tecnológica del ser humano. En relecturas, estos nuevos personajes, todos parte de la conspiración, son a los que más disfruto releer cuando regreso al libro, y que incluso haya Fremens involucrados, descontentos con su propio mesías, me parece un comentario fascinante de la historia de los movimientos sociales, sobre todo aquellos que tienen un componente religioso.


Cierro con un breve comentario sobre la génesis del libro, que me parece una de las historias más curiosas de la literatura: si bien en su prefacio Herbert afirma que escribió partes del libro antes de la publicación de la primera novela, en realidad la única razón de ser de Mesías de Dune de existir es que el autor temía que el propósito de su primer libro no se hubiera entendido. Es de las contadas ocasiones en las que una secuela es creada para explicar a su predecesora inmediata, y en una época en la que se debate que tanto pertenece una obra a su autor y que tanto a la audiencia una vez que sale a la luz, este intento por recuperar la narrativa parece una metáfora misma de las tribulaciones de los héroes y villanos de Arrakis.




  • Título original: Dune Messiah

  • Autor: Frank Herbert

  • Año de publicación: 1969






Hasta el próximo encuentro…


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