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Las tres noches

Al principio de todo el sol y la luna compartían el mismo espacio en la bóveda celeste, y no había lugar sobre la tierra donde existieran la oscuridad. Bañados de la luz eterna, los hombres eran felices, y creían que nada les faltaba. Así fue por una era, hasta que el Sol y la Luna decidieron cerrar la brecha que los separaba, y descubrir el amor. En ese encuentro de los astros, una gran mancha lo cubrió todo, y aunque el temor entre los mortales fue grande, al poco descubrieron lo que no sabía que les faltaba: el descanso, pues mientras los dioses del cielo yacían, bajo su sombra los hombres durmieron por primera vez.


Una vez terminado el encuentro, el universo siguió el curso que se le había fijado, y no pasó mucho tiempo antes de que dos seres descendieran de las alturas: El hijo del Sol y la hija de la Luna, enviados a la Tierra por sus padres para guiar a los hombres, quienes estaban destinados a elevarse sobre el resto de las criaturas. Ella, a quien llamaron Mamauchic, les enseñó a construir casas, y a mantener encendido del fuego, y con su bendición se formaron las primeras familias. Él, quien recibió el nombre de Inca, les enseñó a sembrar, les dio animales que criar y colocó sobre sus manos las primeras herramientas. En los años qué vivieron bajo su guía, la humanidad pasó de su existencia salvaje a un ser trabajador y organizado. Al llegar el día en que el cielo llamó de vuelta a sus hijos, y estos partieron con unas últimas palabras de sabiduría, el hombre era ya una criatura excepcional, que no conocía el hambre o el frío, pero los más viejos entre ellos añoraban lo que habían conocido y se les había arrebatado: el descanso que trae la oscuridad.


Adoptando el nombre de su primer guía, los incas rogaron al cielo por el regreso de la noche, y la súplica se transformó en desesperación cuando vieron que los animales que se les habían dado para criar sí podían cerrar los ojos y descansar. Cerca estuvo esa revelación de llenar sus corazones de rencor, pero conservaron la fe, y fue por esa devoción que la respuesta les fue ofrecida en sueños.


“Ustedes son los hijos favoritos de la creación, los únicos capaces de fabricar y adorar, suya será la tierra. Pero estos dones tienen un precio, y ese es que deberán trabajar para cosechar lo que siembren. Todas las otras criaturas del mundo se someterán a sus deseos, y por eso hemos recompensado a cada uno con unas horas de descanso. Ellos los servirán mientras vean el sol, pero cuando sus ojos solo vean la noche, ese será el tiempo que les hemos regalado”.


Algunos de los hombres enfurecieron por la respuesta, otros se sintieron abandonados; pero hubo una familia que lo aceptó: él era uno de los mejores cazadores de su pueblo, famoso por su fuerza y destreza, su mujer un espíritu bondadoso y astuto, entre las más sabias de la comunidad; y ambos habían engendrado un niño pequeño que levantaba el ánimo de todos con su indomable alegría. Ellos también habían escuchado de sus padres las historias de la oscuridad y el primer sueño, y aunque en su corazón deseaban poder ayudar a los suyos, sabían que por la fuerza no podrían contravenir a los dioses. No parecía haber salida.


Y eso fue hasta una ocasión en el que el niño, que aún no estaba en edad de aprender el oficio de su padre, jugaba en el campo, con sus ojos llenos de curiosidad absorbiendo todo lo que pudieran captar. No era la primera vez que corría lejos de su hogar, y siempre retornaba con preguntas e historias sin fin, pero quiso el destino que en aquella ocasión su mirada de posara sobre una pequeña criatura, acurrucada sobre sí misma, dormida. El niño, que aún era inocente, y no se creía superior a los otros seres del mundo, esperó a que el animalito despertara, y le extendió las manos para que trepara sobre ellas.


—Te veo muy pequeño y solo, amigo. Te llevaré conmigo a casa, jugaré contigo y compartiré mi comida, pero por favor, comparte con nosotros una de tus noches, para que mi pueblo no esté triste.


Y para sorpresa de todos, el ratón no sólo habló, sino que cumplió su promesa. Grande fue el festejo cuando los hombres, la mayoría por primera vez, vieron al cielo oscurecer, y la luna permanecer como la única luz. Pero apenas lograron subir a sus hamacas y cerrar los ojos, cuando el sol abrasador volvió a iluminarlos.


— ¡Tu hijo lo único que quiso fue torturarnos! —gritaron frente al hogar del cazador! — La noche del ratón es demasiado corta, mejor hubiera sido no conocer nunca el descanso.


Y el niño, aferrado a su madre, lloraba, pues él sólo había querido ayudar. El cazador montó entonces en cólera, pues la gente era injusta con un niño inocente. Sabía que su hijo no sería dejado en paz hasta ofrecer algo a cambio, pero si la primera noche había enseñado algo, era que con los animales se podía hablar y negociar. Decidido, el hombre dejó su hogar y fue al despoblado, donde tendió redes por todos lados hasta lograr atrapar a un majestuoso tapir.


—No te deseo ningún mal, por eso he dejado mis armas en casa —le dijo el hombre— pero necesito una de tus noches. Si dejas que me la lleve para los míos, te dejaré libre de esta red.


Logrado el acuerdo, el cazador volvió a su pueblo antes de que el sol se pusiera por segunda vez, y junto con los demás, aguardó conteniendo la respiración, suspirando con alivio cuando se volvió evidente que esta segunda noche sería más larga que la del ratón. Hombres, mujeres y niños se acurrucaron en sus hamacas y se dejaron llevar, en un sueño tan largo que, cuando despertaron con el regreso de la luz, se sintieron como si hubieran vuelto a nacer, y con sus cuerpos renovados aseguraron que nunca antes habían sido tan felices.


Mas no estaba destinado a durar, pues cuando fueron a los campos a retomar su labor descubrieron que todas las cosechas se habían perdido, pues habían dormido demasiado. Desconsolados, y temiendo que los dioses los castigaran por haber fallado en su tarea, volvieron a desquitarse en el hogar del cazador:


— ¡La noche del tapir es demasiado larga! ¿Esa es tu gran solución? ¿Darnos el descanso pero hacernos pagar obligándonos a pasar hambre?


Esta vez fue la mujer quien, los silenció a todos con un gesto y, con una voz serena pero cargada de voluntad, habló:


—Ninguno de ustedes podría haberlo hecho mejor, no está en su naturaleza. Mi hijo, como buen niño, que aún no ha vivido, encontró una noche corta, que refleja la inocencia de su juventud. Mi marido, que a fin de cuentas hombre es, educado para las grandes gestas, encontró una noche tan larga como su entereza. Pero hay una noche allá afuera, perfecta para los nuestros, y corresponde a la mujer y su sabiduría hallarla.


Así, la mujer se fue al bosque y, con la paciencia que la caracterizaba, observó a todas las criaturas, contando sus horas de descanso. Cuando encontró a un noble armadillo, acurrucado en su madriguera, esperó a que despertara y cuando le habló, lo hizo con una sonrisa y una caricia. No lo amenazó, pero tampoco le ofreció una recompensa, sino que se limitó a hablarle como a un igual, desde el corazón, hasta que la criatura, desdeñada por todos por su fealdad, se conmovió y accedió a prestarle una de sus noches.


Esa fue la tercera noche, y fue más perfecta de lo que cualquiera podría haber imaginado. Al despertar, los hombres se sintieron tan contentos que trabajaron con más ahínco que nunca antes, y fue por eso que los dioses nunca los castigaron por su osadía. En cuanto a la mujer, ella y su familia se convirtieron en los líderes de la comunidad, y su sabiduría y empatía fueron escuchadas en todas excepto una de las ocasiones: pues el hombre fue creado trabajador y creativo, pero también egoísta. Cuando el armadillo regresó una semana después, deseando recuperar la noche que no se le había sido devuelta, la humanidad se negó y, desoyendo de la mujer, se aferró a su descanso y expulsó a la criatura. Por eso el armadillo nunca sale de su coraza, pues jamás volvió a confiar en nadie, condenado a dormir de día bajo el calor y deambular sin descanso en la oscuridad, pues es un animal sin noche.

¡Bienvenidos pasajeros! Llevo una semana tratando de decidir sobre que sería el relato de hoy. Pensé en uno que ensalzara a la mujer, por conmemoración de su día; o en una leyenda sudamericana, dado el contenido del martes y el miércoles. Una idea más vino anoche, pues salí a ver el eclipse lunar y sentí deseos de hablar del cielo nocturno. No fue hasta esta mañana que, revisando un libro de leyendas infantiles, encontré un relato inca que satisface las tres ideas. Espero que lo hayan disfrutado.




Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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