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Los tres cochinitos

¡Bienvenidos pasajeros! No había planeado cubrir animación por una segunda semana consecutiva, pero desde el momento en que decidí cubrir ficción corta hubo un corto que vino inmediatamente a mi mente. No sé cómo pude crecer con él, considerando que es mucho más viejo que yo, supongo que su popularidad hizo que tuviera una presencia constante en la televisión. Por desgracia, no está disponible en el servicio de streaming que en teoría debería tenerlo como pieza clave de su catálogo de animación, considerando su valor histórico, pero hay varias versiones disponibles en internet.


Basado en la fábula anónima, el cortometraje de 1933 es dirigido por Burt Gillett y escrito por Walt Disney y Frank Churchill (creador del tema musical), protagonizado por Billy Bletcher (Lobo Feroz), Pinto Colvig (Cerdito Práctico), Dorothy Compton (Cerdito Flautista) y Mary Modee (Cerdito Violinista). Eestrenado como previo de un largometraje, su popularidad fue tal que después consiguió funciones propias y se mantuvo en cartelera por meses, por lo que a diferencia de otros cortos es posible rastrear una taquilla: recaudando más de diez veces su presupuesto, se considera el corto animado más exitoso de todos los tiempos (me parece increíble que ni Bugs Bunny ni Mickey Mouse tenga este honor), y ganó el segundo premio Oscar a mejor corto animado.


No ocuparé mucho tiempo en la historia, pues los tres cerditos es uno de los cuentos más populares de la cultura occidental, al menos desde finales del siglo XVIII, pero creo que la estructura misma del corto es loable, y prueba de que una larga duración no se necesita para tener valor narrativo: el corto dura sólo ocho minutos, pero logra contar de manera satisfactoria una historia completa con personajes memorables sin apresurar el ritmo. Respetuoso de la fábula original, pero eligiendo, por razones obvias, la versión en la que ninguno de los personajes muere, la cinta se distingue por un excelente sentido del humor, tanto por la buena energía del guion como por un gran uso de humor físico, que logra usar chistes recurrentes en su corto metraje. El único elemento que ha envejecido con cierta polémica es un segmento en el que el Lobo se disfraza de un vendedor judío estereotípico, que tuvo una recepción mixta por parte de la propia comunidad al momento del estreno, pero que se reanimó cuando comenzó a circular en televisión después de la Segunda Guerra Mundial, en respeto a las víctimas del Holocausto. Curiosamente, la versión que yo distingo con claridad de mi imfsmcia aquí en México es la original, y no descubrí la nueva secuencia hasta la investigación para esta publicación.


La animación del corto ha envejecido sorprendentemente bien, sobre todo considerando que tiene más de noventa años, pues permanece siempre en movimiento, y aunque las expresiones no son muy complejas, la fluidez de los personajes fue revolucionaria en su época, construyendo personalidad a través de la corporalidad. El corto me parece muy bien dirigido, y creo que a nivel técnico es sobresaliente porque aprovecha los avances tecnológicos con los que se experimentaba en la época, incluyendo un muy bello uso del Technicolor y el invento que considero la más importante aportación de la compañía de Walt Disney al cine: la cámara multiplano, que permitió darle profundidad a los fondos e ilusiones de tridimensionalidad a los personajes.


En ese mismo sentido, el trabajo con personajes es rescatable, no sólo se logra hacer una caracterización sólida de cada uno de los cuatro personajes desde el primer instante, sino que ésta se complementa con un excelente diseño de vestuario e interpretaciones vocales, que adicionan al guion y fortalecen a los cuatro personajes. En particular el Lobo Feroz me parece muy bien animado, sobre todo su degeneración en la recta final del corto que me imagino debió asustar a los niños pequeños al momento del estreno.


El corto, que antecede a la cinta de Blanca Nieves, forma parte de la serie Silly Symphonies, setenta y cinco cortometrajes producidos por Walt Disney con fin de experimentar con nuevas técnicas de animación, en preparación para el proyecto de largometraje. Como el título indica, la característica fundamental de esta serie era el componente musical, y Los tres cerditos no es la excepción; y el tema central es tan icónico que, aunque no había visto el corto en más de quince años, siempre he sido capaz de tararearla y cantar los coros, que me parecen aún mejores en español que en su idioma original. Compuesta por Frank Churchill, con Ann Ronell aportando letras adicionales, la canción es simultáneamente muy alegre y una excelente representación sonora de la arrogancia de los dos cerditos flojos. El éxito de la canción, que ha tenido múltiples covers y llegó a vender discos, no se puede disasociar del contexto histórico, pues el tema musical llegó a ser tan popular que se convirtió en un himno de resistencia primero contra las secuelas de la Gran Depresión con las que aún se lidiaban, y posteriormente contra la Alemania Nazi, con el Lobo Feroz sufriendo un breve rediseño en cortos de los años cuarenta para asemejarlo a Hitler (y los dos cerditos arrogantes se convirtieron en parodias de los líderes de las potencias europeas, complacientes a la expansión del fascismo).

Cierro con un dato curioso, pero que creo que ejemplifica el legado impresionante de este pequeño corto: múltiples fuentes confirman que la canción “Who’s Afraid of the Big Bad Wolf?” fue la inspiración directa para el título de la obra de 1962 “Who’s afraid of Virginia Woolf?”, por Edward Albee, y los personajes cantan una versión del tema varias veces durante la puesta en escena. Y aunque las historias no tienen una conexión directa más allá de una sutil metáfora, que un corto animado que para entonces estaba por cumplir treinta años haya influido en la que se convertiría en una de las obras de teatro más importantes del siglo XX norteamericano dice mucho del arraigo cultural de este medio que sería muy fácil de desdeñar por una audiencia poco informada.







Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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