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Microficciones

¡Bienvenidos pasajeros! ¿Qué tan largo debe ser un cuento? En realidad no hay un mínimo de palabras, siempre y cuando pueda recrear un mundo completo; con inicio, desarrollo y final. Augusto Monterroso se jactaba de poder narrar un cuento en una sola línea, y lentamente el nuevo género de microficciones se ha consolidado, incluso con premios, pues el reto atrae a amantes de la literatura.


Sin embargo, no es un fenómeno reciente. Desde tiempos antiguos, la brevedad ha sido buscada por narradores ambiciosos. De hecho, los grandes libros, sobre todo religiosos, están llenos de parábolas y fábulas que podrían considerarse micro relatos, y es común encontrar pasajes que funcionan como relatos por sí mismos dentro de obras más grandes. Aquí les presento dos, una de Oriente y una de Occidente:


Historia de Cecilia (Cicerón)

He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la historia siguiente: Cecilia, hija de Metelo, quería casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La doncella estaba de pie y Cecilia sentada y pasó un largo rato sin que se oyera una sola palabra. La sobrina se cansó y le dijo a Cecilia:


-Déjame sentarme un momento.


-Claro que sí, querida -dijo Cecilia-; te dejo mi lugar.


Estas palabras eran el presagio, porque Cecilia murió en breve y la sobrina se casó con el viudo.


La sentencia (Wu C'heng en)

Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.


Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.


Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:


-¡Cayó del cielo!


Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:


-Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.



Por su brevedad, las microficciones son útiles para abordar con ironía verdades universales, como la inevitabilidad de la muerte, o el encontrar el destino por tratar de evitarlo. A continuación, tres historias muy parecidas que tocan el mismo tema.


Salomón y Azrael (Rumi)

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.


Salomón le preguntó:


-¿Por qué estás en ese estado?


Y el hombre le respondió:


-Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!


Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:


-¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.


Azrael respondió:


-Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?


El gesto de la muerte (Jean Cocteau)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:


-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.


El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:


-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?


-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.


La muerte en Samarra (Gabriel García Márquez)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.


-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:


-Huye a Samarra.


El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.


-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.


-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.



Sin embargo, la mayor virtud de las microficciones es que dan lo suficiente para intrigar al lector, pero las mejores siempre lo dejan con ganas de más. Por eso hoy me despido con otros dos textos casi idénticos, y espero que alguno de ustedes se anime a darles continuación.


Mensaje (Thomas Bailey Aldrich)

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.


Llamada (Fedric Brown)

El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. Llaman a la puerta…





Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío


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