Muerte de la luz
- raulgr98
- 14 ene
- 4 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! ¿Se han topado alguna vez con historias que parecen específicamente diseñadas para deprimirlos, pero que al final resultan curiosamente reconfortantes? El día de hoy, nos dirigimos a la obra temprana de George RR Martin para conocer una de esas obras, inspirada en el poema de Dylan Thomas sobre la muerte, que ya reseñamos en este espacio.
Parte del universo compartido conocido como “los mil mundos”, Muerte de la Luz aprovecha su extensión (poco menos de cuatrocientas páginas en mi edición) para construir y expandir el universo planteado en los relatos cortos de su autor a nuevas alturas, redondeando los temas de guerra, tecnología y evolución. Más allá de su lugar dentro de una cronología más grande, me parece que esta novela es uno de los mejores usos de atmósfera que he visto en ciencia ficción: la historia transcurre en Worlorn, un planeta errante que durante un tiempo, cuando se aproximó a un fenómeno celeste, atrajo a una gran cantidad de migrantes para un festival, pero que ahora está deshabitada casi por completo, mientras continúa su viaje al vacío del espacio.
En ese lugar, cuya concepción misma evoca nostalgia, se cuenta la historia de Dirk, un hombre que responde a un llamado de su ex pareja, investigadora en el planeta, y se envuelve en las complejas fricciones de su nuevo compañero de vida y un grupo de fanáticos religiosos. La historia es una que no debería funcionar, pues la acción como tal no inicia hasta la segunda mitad de sus quince capítulos (además de un prólogo y epílogo), e incluso ésta es subversiva, pero logra ser satisfactoria gracias a un gran villano sorpresa y un excelente trabajo desarrollando personajes complejos.
La novela, como su título lo indica, es una historia sobre la muerte: el planeta está muriendo, la cultura de los Braith (el grupo antagónico) está muriendo, el amor de Dirk y su ex novia Gwen, está muriendo. En el que quizá es el mejor capítulo del libro, su protagonista atraviesa una crisis existencial, en el que se da cuenta que todos los códigos externos en los que se había apoyado ya no le funcionan, y que aquellos que sustentan toda su existencia en dichos factores (gobierno, cultura, religión) se han revelado como hipócritas, pues tratan de suplir una falta de sentido en el interior. Sin embargo, el autor es claro en una enérgica condena al nihilismo, pues incluso ante la imposibilidad de seguir al cien por ciento un código externo, hay que encontrar uno interno, y hay valor en él como se enfrenta a la adversidad, sin importar el resultado. Un sentido personal del deber parece ser a lo que los personajes más virtuosos llegan.
Hablé ya de la atmósfera de la novela, pero creo que incluso en cada capítulo específico se muestra como Martin explota al máximo la descripción: cada una de las ciudades abandonadas o semi habitadas de Worlorn que los personajes recorren tiene una arquitectura y personalidad distinta, que se complementa con la descripción de la cultura de quienes la construyeron le da a cada ruina un papel simbólico: el nihilismo, el hedonismo, el suicidio, etc. La exposición, aunque extensa, es accesible al lector, y el trasfondo de la cultura de Kavalan me pareció en especial interesante, pues ofrece una explicación histórica del sexismo y la xenofobia, pero de tal forma que en ningún momento las justifica.
El trabajo con personajes es excelente, y aunque no profundizaré en éstos, a fin de no arruinar los giros en su desarrollo, creo que su complejidad psicológica es admirable. Dirk es un protagonista que puede parecer muy poco carismático al inicio, pero eso hace su crecimiento aún más significativo, mientras que Gwen es no sólo un vehículo para la temática feminista, sino una completa subversión del arquetipo de la damisela en peligro. La subversión de expectativas con personajes secundarios como Arkin y Bretan es la clave para el éxito del final, pero me parece que el mejor trabajo de personajes es con Jaan y Garse: unidos por un vínculo muy estrecho, uno es un educado moderno, y el otro es un férreo tradicionalista. Que se condene a la tradición como una regresión de la civilización, pero que los personajes lleguen a encontrar cierto respeto por algunos elementos tradicionales es un equilibrio fascinante en la narrativa.
Muerte de la luz es una obra muy rica temáticamente, y creo que cada lector debe sacar sus propias conclusiones, pero quiero aprovechar este momento para mencionar algunas de mis notas de lectura: en primer lugar, creo que la exploración de por qué las relaciones terminan es una madura y compleja, pues por un lado reconoce que las conexiones no pueden cortarse del todo, pero también advierte de los peligros de idealizar a la pareja, y dejarse dominar por sentimientos de propiedad. Por otra parte, las discusiones sobre la religión siempre me han parecido fascinantes, y aunque Martin no es sutil en su absoluto desprecio al fanatismo, también reconoce que la fe tiene valor para establecer comunidad, conocerse espiritualmente y guiarse. Finalmente, aunque la exploración filosófica no es algo en lo que me especializo, creo que la exploración en la narrativa de la relación del lenguaje, en particular los nombres, en la construcción de identidad está bien lograda, y arroja preguntas interesantes.
¿Cómo puede una historia en muchos sentidos anticlimática, rodeada de muerte, ser reconfortante al final? Porque sus personajes, sin importar el destino que enfrentan, encuentran sentido en sus decisiones, y pese a que el mundo es uno adverso y complejo, hay dos verdades innegables: el amor, en cualquier forma, es algo en lo que vale la pena creer, y cumplir las promesas, no tanto por el otro sino por uno, es importante.
Título original: Dying of the light
Autor: George RR Martin
Año de publicación: 1977
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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