Más fuerte que cualquier hombre
- raulgr98
- 29 jun 2023
- 3 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión continuamos la historia de Hércules, como prometido la semana pasada.
Más fuerte que cualquier hombre
Élide, cuatro días después
El príncipe Fileo se creía el mejor negociador de mundo. Incluso ahora, enfrentándose al vomitivo olor del establo de su padre, sonreía; pues acababa de estafar al arrogante forastero. Frente a él, los ojos de una dorada res lo miraban con agónica súplica, hundida hasta el cuello en la inmundicia. Se suponía que el ganado divino era de una belleza sin igual, pero Fileo nunca lo había podido comprobar, pues el establo estaba lleno de excremento desde antes que el naciera.
La infamia de las condiciones de la ciudad, cuyo mal olor comenzaba a envenenar a los campesinos, había recorrido Grecia de extremo a extremo, y por eso al príncipe le extrañaba que aquel hombre se hubiera atrevido a proponer una tarea imposible. Cuando llegó solicitando limpiar los establos, el rey había proclamado que no tenía dinero para pagarle. Ante tal mentira, el extraño había afirmado que el dinero no le interesaba, pero aceptaría como recompensa un porcentaje del ganado. Fileo se había encargado del regateo y las condiciones, pese a las protestas de su avaro padre. Si el visitante lograba limpiar los establos se llevaría una décima parte de las reses, pero el contrato sólo sería efectivo de lograrlo en un día. De tener éxito, la ciudad recuperaría el brillo, la salud y la buena fama; de fracasar, el hombre se iría sin cobrar y al menos un poco sería limpiado.
Faltaban un par de horas para el mediodía, y el extraño apenas había atinado a colocar la pala sobre el excremento más cercano. Era el hombre más fornido que el príncipe había visto nunca, y aun así sudaba por todos sus poros al intentar levantar la suciedad.
—Te dije que nunca funcionaría. Para concluir esta tarea se requeriría ser más fuerte que cualquier hombre.
Por un instante, Fileo creyó ver un destello en la mirada del forastero, quien tomó su equipo y corrió hasta perderse en el horizonte, hacia el norte del río Alfeo. El príncipe no lo volvió a ver por las siguientes cuatro horas, momento en el que lo observó cavando una zanja desde la puerta sur del establo (donde lo esperaba), hasta perderse en esa dirección.
Pasaron otras cuatro horas, y el estafador se empezaba a sentir engañado. El sol se pondría en cuestión de minutos y el maldito visitante no había movido ni una pila. En cuanto aquel insolente regresó, le increpó su falta de esfuerzo. Sin hablar, el forastero le pidió con gestos que, saliendo por la puerta norte. Ahí, descubrió que una zanja subía la colina y casi conectaba la entrada con el río, de no ser por una pila de tierra. Y entonces Fileo comenzó a comprender: el extraño había creado un nuevo cauce para el río, colina abajo, uno que tenía los establos justo en medio.
—Tu astucia te honra príncipe —dijo sonriendo el forastero, cubierto de una piel de león—. Dijiste que para limpiar los establos se requería alguien más fuerte que cualquier hombre. El río lo es.
Y sin más palabras, de un sólo golpe de pala rompió el muro de contención, y torrentes de agua corrieron, buscando regresar al cauce principal por la nueva ruta trazada, llevándose con ellos hasta el mínimo rastro de inmundicia instantes antes que el sol se pusiera. Fineo abandonó el cinismo, pues si algo valoraba era el ingenio, y estrechándole la mano, le pregunto al visitante su nombre.
Horas después, discutía a nombre de su nuevo amigo en el salón del trono.
—No honraré un trato al que fui engañado por un forastero en el que no confío y un hijo que me ha traicionado. A los establos los limpió el río, no este hombre.
—El río sólo fue una herramienta, como la pala lo hubiera sido si le hubiéramos dado más tiempo. Pero fue el ingenio de este hombre el que ha salvado esta ciudad, padre.
— ¡Te atreves a ponerte de su lado! Fineo, ya no eres hijo mío. Te maldigo una y mil veces, y te advierto. Nunca verás este trono. Has conspirado contra mí, y te juro, imbécil malagradecido, que moriré antes de…
Pero el rey Augías nunca terminó su amenaza, pues con fuerza descomunal el extranjero le dio tal puñetazo que le rompió el cráneo. Volteó a ver a su aliado con un poco de remordimiento, pero el príncipe le restó importancia. Se sentó en el trono aun sangrante y proclamó su primer edicto como señor del reino.
—Augías era un necio avaro, y todos lo oyeron, ya no era más mi padre, así que no tengo obligación alguna de vengarlo. Honraré aun así su último acuerdo, eres libre de irte con una décima parte del ganado divino de mi abuelo Helios. Ve en paz, Heracles.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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