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Nace una estrella

¡Bienvenidos pasajeros! No había planeado que esta semana fuera de tragedias, pero la coincidencia es sin duda interesante. Durante mucho tiempo he querido reseñar Nace una estrella, una de las historias más icónicas de Hollywood, al grado que al día de hoy existen cuatro versiones. La original, de 1937 (con Janet Gaynor y Fredric March), fue la primera película a color en ser nominada a mejor película. La de 1954 (con Judy Garland y James Mason) decide agregar el cine musical como trasfondo del romance, y la de 1976 (con Barbra Streisand y Kris Kristofferson), los convierte de actores a estrellas de rock. He visto dos de esas tres versiones, pero el día de hoy recomiendo la cuarta, más reciente, que creo que es la que más conecta conmigo.


Estrenada en 2018, la cinta es dirigida por Bradley Cooper, quien escribió el guion junto con Eric Roth y Will Fetters. Co protagonizando la cinta como Jackson Maine, el resto del elenco está integrado por Lady Gaga (Ally Campana), Sam Elliott (Bobby), Dave Chappelle (Noodles), Rafi Gavron (Rez), Anthony Ramos (Ramón) y Andrew Dice Clay (Lorenzo). Un de las películas más exitosas de su año, gozó también de una excelente recepción crítica, llegando a ser nominada a ocho premios de la Academia, incluyendo Mejor película, aunque sólo logró ganar Mejor Canción.


Como sinopsis, me centraré en dar las generalidades comunes a las cuatro versiones: un drama trágico, la cinta sigue un tormentoso romance de farándula entre una joven talento en ciernes y un veterano lidiando con problemas de adicción. Abordando temas como el amor, el trauma, los celos y la pasión; es fácil entender por qué se ha adaptado tantas veces, pues es una historia universal que apela a múltiples generaciones, y necesita de muy pocas adaptaciones contextuales para reintroducirla a un nuevo público.


¿Qué es lo que hace que la versión de 2018 sea mi favorita? En gran medida, el ritmo. Pese a durar más de dos horas, la película es la segunda más corta de las cuatro, y encuentra el balance perfecto entre dejar respirar la historia, que tiene una estructura que requiere múltiples giros en la relación central, sin perder la fuerza narrativa. Aunque todas las adaptaciones de esta historia se han distinguido por la química entre la pareja protagónica, y Cooper-Gaga no es la excepción, en esta versión es en la que el romance no sólo es más creíble (pese a que la conexión se da más rápido, irónicamente) sino que la exploración de cómo las transformaciones en las dinámicas de poder afectan la relación se da de una manera más madura; y aunque el final es el mismo en las cuatro historias, hay un pequeño cambio en el diálogo que vuelve la conclusión de esta versión un poco más feminista que sus predecesoras.


Aunque esta es la primera película que Cooper dirige, ya se comienza a marcar el que sería su estilo distintivo: tomas amplias, cinematografía excéntrica (en este caso cada acto tiene una paleta de colores distintiva) y una tendencia casi obsesiva por la verosimilitud en el diseño de producción. Este último apartado se refleja en esta cinta en la decisión de grabar todas las escenas de concierto en vivo, con público real. Aunque debió ser una pesadilla logística, no puedo discutir con los resultados, pues las escenas, con una excelente mezcla de sonido, llegan a niveles de emoción que rivalizan con secuencias de acción.


Las actuaciones también son impecables, y creo que los extras y personajes incidentales son clave para construir una atmósfera compleja, que parece reflejar el viaje interno de los protagonistas, y es la primera versión desde la primera en la que la familia de la protagonista femenina cumple una función narrativa. Lady Gaga atrae la atención como un imán, pero le debo dar mucho crédito por haber logrado desaparecer en el papel, algo loable considerando que tiene una personalidad más grande que el mundo; mientras que Cooper da un actuación descarnada y humana que sigo creyendo es la mejor de su carrera; pero cuando la volví a ver, quien dejó la mayor impresión fue Sam Elliott en un papel mucho más mesurado que sus coestrellas, pero que representa un ancla emocional para la trama y eleva toda la historia.


Encaminándonos al cierre de la publicación, aunque estoy esforzándome por no dar detalles de la historia, por si hay lectores que nunca hayan visto ninguna de las películas, tengo que enumerar cinco de los cambios que realiza esta versión, que creo que son los que terminan de elevarla sobre las otras:

  1. Aunque existe un personaje que toma un rol antagónico en la trama, sobre todo en el tercer acto, éste no es planteado como un ente malicioso, comparado con sus contrapartes en otras versiones; el principal obstáculo para la pareja no es un hombre, sino la salud mental.

  2. Si las tensiones dentro de la pareja central se dan sobre todo por celos profesionales, esta versión introduce una subtrama en la que Ally transiciona del country al pop, que introduce una nueva dinámica que incluye una breve exploración temática sobre “lealtad al arte”.

  3. El segundo punto de giro, en las cuatro películas, es cuando el protagonista masculino, bajo los efectos del alcohol, provoca un escándalo en una premiación importante para su esposa. De todas, esta es la única en la que el desfiguro no incluye violencia física (aunque casi siempre es accidental), lo que permite que la audiencia conserve gran parte de la empatía que siente por el personaje.

  4. Hablé antes de Sam Elliott en la reseña, y quiero expandirme un poco. Aunque cumple el rol del manager/productor, presente en todas las versiones, la de 2018 lo convierte de un amigo del protagonista a su hermano, y vuelve su dinámica mucho más conflictiva, pero por lo tanto más cautivadora, con una resolución emocional que rivaliza con el clímax de la pareja.

  5. Finalmente, el que creo que es el mayor acierto de la esta película, exclusivo de ella, es que si bien Jackson ya es un adicto cuando es introducido en la historia, su carrera no ha sufrido repercusiones, sino que continúa siendo un artista exitoso. Eliminar la crisis profesional inicial pone bajo otra luz el impulso que realiza a la carrera de Ally, permitiéndole un arco más complejo y una caracterización mucho más sólida, pues el guion se ve obligado a explorarlo de forma íntima, buscando trasfondo a su adicción que no se limite a “ansiedad por el declive de su carrera”.


Cierro brevemente mencionado la música, pues me parece uno de los mejores elementos de la historia, en la que la banda sonora es prácticamente un personaje con su propio arco de desarrollo. En ese sentido, todos los que teníamos acceso a internet la década pasada escuchamos Shallow al menos una vez, y es sin duda una gran canción, pero lamento que el éxito del tema haya eclipsado al resto del soundtrack, compuesto por diecinueve canciones originales, en una diversidad de estilos y géneros, diseñadas para los dos personajes en distintos momentos de sus vidas. De hecho, el álbum incluye quince pistas más, de diálogo, que en combinación con las canciones se convierte casi en un álbum conceptual, y aunque no es un musical tradicional, aprovecha muchas de sus herramientas a su favor para enriquecer la narrativa.





Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío




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