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Niños del hombre

¡Bienvenidos pasajeros! A veces el futuro puede parecer negro, y la desesperación por encontrar una luz, siempre elusiva, es una tarea constante e insatisfactoria. En esos días, el arte siempre es un buen lugar para encontrar sino consuelo, al menos conocimiento. En ese sentido, el día de hoy conversamos sobre un clásico moderno, comúnmente llamada una de las películas más deprimentes de todos los tiempos.

 

Estrenada en 2006, la cinta es dirigida por Alfonso Cuarón y escrita por él mismo en colaboración con Timothy J. Sexton, David Arata, Mark Fergus y Hawk Ostby. Un fracaso en taquilla, fue sin embargo abrazada por la crítica; nominada a tres Premios Oscar, es considerada una de las mejores películas del siglo. El elenco está integrado por Clive Owen (Theo Faron), Clare-Hope Ashitey (Kee), Juliane Moore (Julian Taylor), Pam Ferris (Miriam), Chiwetel Ejiofor (Luke), Peter Mullan (Syd), Charlie Hunnam (Patric), Danny Huston (Nigel), Oana Pellea (Marichka) y Michael Caine (Jasper). En un mundo en el que no ha nacido un nuevo ser humano en dieciocho años y casi todos los gobiernos han colapsados, un grupo debe llevar a la primera mujer embarazada desde el fin del mundo a un misterioso barco conocido como el “Mañana”.

 

Pese a transcurrir en 2027, hubo esfuerzos conscientes en el diseño de producción por, salvo un par de nuevas tecnologías, mostrar el mundo como uno cercano al presente, atascado en el tiempo. Para lograrlo, la paleta de colores y la cinematografía deciden adoptar un estilo fílmico similar al del documental para que la percepción principal comunicada a la audiencia sea de crudeza: un mundo inmisericorde y cruel (la violencia es explícita, pero casi siempre es mostrada de lejos o sus secuelas, con fin de no glorificarla). Si bien la película es, en esencia, un drama, Cuarón no le teme al espectáculo y cuando incorpora acción a la trama, ésta es una de la más tensas que he visto, gracias en gran medida a tres grandes planos secuencia con un nivel de complejidad que es probablemente el aspecto más discutido de la cinta, dada su maestría técnica. No he visto esta película en más de diez años, y aun así podría recrear de memoria muchos de los planos, tal es el dominio estético de la imagen por parte del director y su equipo.

 

Desde mi punto de vista, la parte más efectiva de la cinta es el primer acto, gracias a un excelente trabajo de construcción de mundo casi exclusivamente visual, pues el guion no pretende dar muchas explicaciones del origen de la crisis. Al mostrar la vida diaria de los personajes, y contrastar las locaciones, la cinta hace un gran trabajo en mostrar la falta de propósito en la humanidad, la falta de futuro, lo vacío de la rutina. Es clara una obsesión con el pasado, sobre todo en el uso narrativo de obras de arte, pues el presente ha colapsado.  En mi opinión, no hay mejor manera de mostrar el cinismo de este mundo que a través de la caracterización del personaje principal: un activista convertido en burócrata, casi imposible encontrar mejor metáfora de la pérdida de la fe. Hablando de fe, la cinta parece tener una relación compleja con la religión, pues gran parte del diálogo se puede leer como antirreligioso, pero la iconografía parecería estar a favor de la devoción. Quizá eso se deba a qué la película es explícita en su condena a las instituciones fallidas, pero cree como una parte necesaria de la naturaleza humana la capacidad de creer en algo que no se puede ver (la niebla es un elemento estético recurrente, no sólo por transcurrir en Londres).

 

Hijos del hombre no explica por qué el mundo terminó, y creo que esa es una decisión acertada, pues la causa no es importante: la humanidad está simplemente condenada al auto exterminio. Aunque la infertilidad es por tanto, un punto de trama más metafórico que científico, la falta de explicaciones no implica que el mundo esté mal construido, o que carezca de profundidad temática, por el contrario. El Reino Unido de la cinta ha involucionado a un régimen totalitario, privado por completo de libertad de expresión y diversidad, donde la represión, la guerra y la violencia son constantes del día a día, y la brutalidad el único idioma de muchos de los personajes (los “Pescados”, un grupo rebelde al gobierno, son los principales antagonistas, mientras que los héroes deben escapar de ambas facciones, en un fuerte discurso antiguerra donde ningún bando es virtuoso). La migración es el otro gran tema de la cinta (el gobierno ejerce sus peores tendencias contra campos de refugiados, y la mujer embarazada es interpretada por una mujer de color, en un comentario nada sutil por parte del guion), y la crítica severa sobre cómo se aprovechan las crisis para concentrar el poderes es explícita y pertinente.

 

Las actuaciones son excelentes por parte de todo el elenco, pese a que la mayoría excepto Owen, Ashitey y Ferris tienen muy pocos minutos en pantalla. De este trío protagónico, Clive Owen le da a la trama la fortaleza que necesita para centrarse, con un arco de personaje que triunfa por sus sutiles decisiones actorales; mientras que sus dos coestrellas femeninas aportan la humanidad y compasión a un mundo negro. Del elenco secundario, Moore y Ejiofor dejan una gran impresión (en particular este último en el amenazante antagónico), pero es Michael Caine quien roba todas sus escenas como un antiguo caricaturista político, y las escenas en su casa (incluyendo la conmovedora despedida con su esposa, una periodista víctima de tortura) se encuentran entre las mejores de toda la película.

 

Hijos del hombre no es una cinta fácil de ver, pero no es una exhibición nihilista; el mismo concepto es el de proteger el futuro, incluso cuando parece que ya no existe, resultando en unos últimos momentos agridulces pero poderosos, que recompensan la fe del espectador. La cinta abrumará y quizá deprimirá a quien sea valiente para verla, pero también le recordará que cuando peor parece el mundo, es cuando la esperanza se vuelve más importante.

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