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Roma es un fénix*

Galia Cisalpina, 11 de enero del 49 a.c.


Llevaban casi dos semanas marchando sin parar cuando divisaron el río. Tras montar el campamento, el cónsul se encerró en su tienda con legatus y hombres de confianza. Los legionarios rumoreaban que había llegado una carta de Marco Antonio, y eso sólo podía significar lo peor.


Tito era un simple recluta de la legión XIII, pero con 22 años ya había visto demasiado. Habían peleado contra los nervios y gérmanos, sobrevivido al desastre de Gergovia y victorioso en Alexia. Todo un veterano, había bebido y celebrado con los demás que la Galia por fin era romana, tan sólo el año anterior.


Sin embargo, si como afirmaban los rumores, era del tribuno de la plebe el mensaje que el ecuestre había llevado tres noches, la verdad era evidente. Cicerón había fallado en mediar, La sangre le hervía en la cabeza al pensar que después de tantos sufrimientos, por el capricho y los celos de un puñado de senadores las legiones no marcharían por las calles de Roma, el Triunfo, que era lo mínimo que se merecían después de 8 años fuera de casa, les había sido negado.


El cónsul abandonó la tienda con la armadura puesta y los oficiales empezaron a gritarle a los legionarios que tuvieran listos caballos, armas y armadura. El general había decidido llevarse sólo a una legión a la frontera, y Tito estaba orgulloso que la Gemina hubiera sido la elegida. Acostumbrados como estaban a la disciplina y la velocidad, en media hora el campamento estaba levantado y las tropas en posición, pero, solo en su caballo, el cónsul dudaba.


Quiso la Fortuna que el comandante del ejército, que tantas victorias les había dado, se colocara al lado del humilde soldado, pues eso le permitió escuchar con más claridad uno de los famosos discursos a los que los tenía acostumbrado. Pero este fue diferente, breve, casi temeroso.


-No se han cumplido ni diez años que esta legión fue creada y ya es de las mejores de la historia de Roma. Sin embargo, deben saber que ahora marchamos contra la República. Si ganamos, seremos los salvadores del sueño que es Roma, pero si perdemos, el futuro nos recordará como traidores. ¿Están dispuestos a marchar a mi lado, legionarios de las Galias?


Si, lo más probable era que todos murieran, pero al menos regresaban a casa. La victoria nunca era cosa segura, pero el cónsul les había dado la victoria, la gloria, la vida misma. Tito miró de reojo a sus compañeros y sabían que seguirían sin temor las instrucciones de su líder, incluso hacia la ruina y la muerte; pues la legión XIII Gemina nunca retrocedía, y nunca se rendía. Como única respuesta, 3000 voces gritaron a coro el lema de la legión.


-¡Pia Fidelis! ¡Pia Fidelis! ¡Pia Fidelis!**


Repentinamente seguro, el cónsul murmuró "Anerripstho Kubos" y aunque Tito no entendía una palabra de griego, un estremecimiento atravesó su espíritu, como si los dioses le ordenaran que pusiera atención, pues el mundo estaba a punto de cambiar. Cuando acabó la aclamación, el gran general pronunció una última frase antes de dar la orden de la que no hay regreso, que condenaba a todos los que la escucharan a la victoria o la muerte.


-Alea iacta est.


Entonces el legionario comprendió con terror que no marchaban para salvar Roma, sino para destruirla. Pero también entonces llegó a él la revelación: ese día iniciaba el camino que quemaría la República hasta los cimientos, pero de las cenizas nacería algo nuevo, algo más fuerte, algo que todavía no alcanzaba a comprender. Roma era un fénix a punto de arder, para renacer de la mano de Cayo Julio César.


Así, siguiendo el caballo de César, con una sonrisa siniestra en el rostro y la certeza de que se puede cambiar el destino, los pies de Tito fueron los primeros en adentrarse en las aguas, los primeros de miles que aquel día cruzarían el Rubicón.

¡Bienvenidos pasajeros! Alea iacta est significa "la suerte está echada; y sobrevivió en la historia gracias a los escritos de Suetonio, quien considera al conquistador de las Galias el primero de sus Doce Césares, pues es cierto que el cruce del Rubicón cambiaría el mundo: Roma en poco más de 15 años quedaría irrevocablemente convertida en un Imperio; y aunque no sería la cabeza de César la primera en ser coronada, su legado es incuestionable.


El Rubicón tuvo un carácter simbólico: la guerra que Julio César inició contra Pompeyo llevaba muchos años siendo inevitable, y no terminaría hasta tiempo después, por lo que el simple cruce de una frontera no sería tan relevante desde un análisis histórico frío. Aun así, como símbolo es muy poderoso, tanto que hasta hoy en día la expresión "cruzar el Rubicón" perdura para definir una decisión complicada de la que no se puede dar marcha atrás. Estos momentos existen en los grandes hitos de la historia Universal, pero también se dan en la vida privada, y es sabio que cada uno aprenda a reconocerlos.


Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío




*Para Lucía, segundo de los 12 relatos de Roma que inspiró.

**Fiel y leal

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