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Sacrificio

Habrás escuchado antes las hazañas de muchos dioses de la guerra, a ambos lados del océano; con campos de batalla regados con sangre y violentos sacrificios realizados en sus nombres. Pero aquel orgullo es inmerecido, pues de entre aquellos ufanos guerreros, ninguno más que yo entiende el verdadero significado del sacrificio.


Fue en los albores del tiempo, cuando Midgard era aún joven y los gigantes dominaban las ramas de Yggdrasil. No puedo mentir, de gigante nací yo también, pero solo al poderoso Odin y a la bondadosa Frigg he llamado padres, y cuando llegue el Ragnarok, peleando en el bando de los aesir es dónde encontraré mi perdición.


Pero mi mayor victoria no fue en un gran combate, ni en los asedios legendarios, sino en los años previos a la tragedia de Balder, cuando el Padre de Todo nos convocó a los dioses para que en concilio decidiéramos qué hacer con el hijo de Loki. Aún no sabíamos de las desgracias que aquel embustero traería a nuestra casa, pero sus vástagos se habían convertido ya en un problema: demasiado grandes, demasiado salvajes, incontrolables.


A Fenrir el terrible ya una vez lo habían atado, con la gruesa Leding, pero la bestia de lengua seductora y ojos crueles sólo tuvo que estirarse un poco, y los eslabones se quebrantaron. Para que se dejara encadenar una segunda vez, con un metal aún más fuerte que el primero, los dioses tuvieron que recurrir a todo su ingenio, apelar a la vanidad del monstruo, haciéndole creer que era un desafío. Pero en aquel banquete, Odin con voz apesadumbrada anunció:


—Fenrir rompió la cadena Droma, y ni siquiera le costó gran esfuerzo. He consultado a las antiguas runas, y no encontraremos metal más fuerte, ni la criatura se dejará colocar atadura más dura. Si queremos aprisionarlo, y contener su voracidad, habrá que engañarlo, y colocarle una cuerda tan suave como la seda, tan fina como el pensamiento y liviana como el viento mismo.


—Pero padre —dijo Thor— Fenris destrozó ya las cadenas más sólidas que nuestros herreros son capaces de hacer ¿qué podría lograr una simple cuerda contra tal ferocidad? Es imposible.


—No será una simple cuerda. Nuestros encantamientos han fallado, pero hay magia vedada incluso para nosotros. Para aprisionar a la bestia, deberemos fabricar su atadura con materiales imposibles.


Tal fue la misión, a cada uno de nosotros se le encomendó el buscar una de estas maravillas, que contradecían a la existencia misma, y al cabo de seis lunas, nos reunimos en Nidavellir, pues solo los enanos en sus forjas serían capaces de la proeza de combinarlas. Yo contribuí con las raíces de una montaña, pero cinco de mis compatriotas no se quedaron atrás: además del ingrediente que había procurado, en la fecha señalada los maestros herreros tenían ante sí el sonido de las pisadas de un gato, la barba de una mujer, los nervios de un oso, el aliento de un pez y la saliva de un ave.


Lo que los enanos nos entregaron era una obra de arte, incomparable con nada creado antes en alguno de los nueve mundos. Suave y cálida al tacto, era inmensa pero podía levantarse sin esfuerzo con un solo dedo. Brillaba multicolor con los cambios de la luz, y pese a su aparente sencillez; exudaba poder. No teníamos manera de probarla, pero de alguna manera, supe en cuanto la ví que Gleipnir, como los herreros artesanos la habían bautizado, cumpliría su propósito.


El reto que teníamos delante de nosotros, era colocárselo a la bestia. La primera cadena la había aceptado como un juego, la segunda como una demostración de su poder, pero no era una criatura tonta, sospecharía de la propuesta de los dioses de encadenarlo por primera vez. Lo confrontamos, pero la voz del monstruo era poderosa, más peligrosa que sus garras y colmillos.


— Han interrumpido mi cacería, pero no puedo negar que me siento honrado, nunca soñé con que toda la corte de Asgard vendría a visitarme a mi humilde isla. Estoy a su servicio, pero hay algo que me inquieta. Veo que traen con ustedes una cuerda, y aunque sé que sería absurdo que creyeran que puede retenerme de algún modo, me carcome una duda. Disfruté mucho jugar con ustedes en dos ocasiones, pero si hubiera un tercer intento, me obligarían a dudar de sus intenciones, pues ningún motivo de desconfianza les he dado, pero no sé cómo reaccionaría si me sintiera traicionado.


La bestia era tan elocuente, que por un instante llegué a dudar de nuestro plan. Quizá lo habíamos juzgado muy rápido, es posible que fuera una bajeza de nuestra parte pretender atarlo, puede que fuera inocente de su mortal destino; pero después recordé que el páramo en el que nos encontrábamos fue alguna vez una tierra fértil, que Fenrir había devastado cuando apenas era un cachorro. Mientras estuviera libre, la vida no podría prosperar. Mas viendo a mi alrededor, parecía que el resto de los aesir parecía sumido en el embrujo. Sólo la cabeza cercenada del sabio Mimir tuvo la voluntad de responder.


—No, no habrá más desafíos para ti, gran Fenrir, has demostrado con creces tu poder. El juego es para nosotros, pues hemos decidido llevar una competición de destreza, de la que nos honrarías siendo juez. Te rodearemos y pasaremos este hilo de uno al otro, lo más cerca que nos atrevamos de tu regio pelaje, pero quien ose rozarte con ella será eliminado. Te elegimos porque has demostrado ser tan hábil como astuto, y estamos seguros que eres capaz de sentir hasta el más leve de los tactos.


Casi sonrío de la admiración, pues la estratagema era perfecta. Gleipnir era tan ligera que incluso viendo como mis manos la sostenían, apenas la percibía mi piel; y aunque sin duda Fenrir, pese a la magia de la cuerda, alcanzaría a sentir los nudos apretarse, para entonces sería demasiado tarde. Pero debí haber sabido que el hijo de Loki no sería tan fácil de engañar.


—Un gran juego, debo reconocer —nos dijo— y será mi dicha ser parte de ella, pero la confianza, incluso entre amigos como somos ustedes y yo, debe ir en ambos sentidos. Un simple gesto es lo que pido, a cambio de dejar que avienten una cuerda sobre mí, pero lejos de mi vista: que uno de ustedes meta la mano en mis fauces abiertas. Sé que valoran la integridad de sus cuerpos tanto como yo aprecio mi libertad, y así alejarán de mí cualquier mal pensamiento que amenace con sabotear nuestra relación.


El color escapó de mi rostro, y noté que muchos de los dioses habían palidecido incluso más que yo, pues todos habíamos visto a la criatura en acción. Si decidía cerrar la boca en cuanto sintiera los nudos cerrarse a su alrededor, ninguno de nosotros sería tan veloz como para retirar la mano antes de perderla. Todos sabían de la importancia que aquella misión tenía y aún así, en el momento definitivo, nadie se atrevería.


Y si alguien debía temer por encima de todos, era yo; pues aunque en ese entonces aún no leía completas las profecías del Ragnarok, había dos cosas que sí sabía: el fin de los días comenzaría cuando Fenrir, el gran lobo, se liberara de su atadura, y yo, Tyr, el leal hijo adoptivo de Asgard, encontraría mi fin en combate con un sabueso. El hijo de Loki ya había roto dos cadenas, y su forma, por terrible que fuera, era aún parecida a la de un gran perro. Morir no me importaba, pero no deseaba que el sol se pusiera en un mundo tan joven, con tanto por vivir aún ¿y sí me ofrecía voluntario no acaso estaría cumpliendo la profecía que buscaba con desesperación evitar?


Pero veía a los míos paralizados, indecisos, y entendí que los ojos del destino estaban puestos en mí. Si actuaba, el mundo podía acabar en aquel lugar y aquel momento, pero si me acobardaba, el desenlace fatal era más que seguro. No sé si a los dioses les espera algo después de la muerte, pero sí sé que solo una decisión me permitiría existir, en un paraíso o un infierno, con mi propia consciencia.


No recuerdo quienes de entre los aesir lanzaron Glaepnir una y mil veces alrededor del cuerpo, el cuello y las patas del lobo Fenrir, tampoco recuerdo quién fue el que amarró el nudo final. Cuando estoy sereno recuerdo los ojos rojos de la bestia, a quien sostuve la mirada mientras mi brazo estuvo en su boca abierta, pues sólo así no sospecharía de la trampa. Hay días en que incluso recuerdo como se sentía mi mano de la espada antes de que se convirtiera en el último alimento que el hijo de Loki probará hasta el fin de los tiempos. Pero la mayoría de las ocasiones, lo único que viene a mi mente de aquel día, más intenso que el fragor del combate más glorioso, es el dolor.


Y sé que los otros dioses de la guerra se burlan hoy de mí, y del pueblo que me venera, pues ¿qué clase de guerrero grita en batalla el nombre de un manco? Pero mutilado como estoy, sé que no tengo nada que avergonzarme, pues ninguno de ellos ha conocido el verdadero sacrificio.


¡Bienvenidos pasajeros! Si creemos las épicas nórdicas, algún día Tyr encontrará la muerte entre las fauces de un lobo, pero no será aquel al que aprisionó, y aunque nuestra lengua prefiere al equivalente romano, el dios sin brazo de la guerra es recordado todas las semanas en muchas naciones, pues en su honor muchos idiomas bautizaron un día (Tuesday en inglés, por ejemplo).






Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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