Solo otra revisión de examen
- raulgr98
- 11 may. 2023
- 4 Min. de lectura
Oxford, verano de 1928
"El verbo se encuentra mal conjugado", "el uso de la coma es incorrecto", "la voz pasiva no es pertinente en este enunciado". Las hojas pasan y pasan, y la tinta roja corre, corrigiendo hasta la menor falla de redacción de aquellas pruebas.
Es un trabajo tedioso, pero al profesor de lengua la rutina le da paz. En la soledad de su despacho, sin más compañía que el humo de su pipa, se deleita con la atención al detalle que lo ha distinguido en su incipiente carrera universitaria. Esas pruebas serían aplicadas a los estudiantes la siguiente semana, y el maestro debía asegurarse que las instrucciones fueran precisas y claras, pues como se le podría exigir a un alumno excelencia en el lenguaje si sus profesores no estaban a la altura.
Además, necesitaba el dinero. Su sueldo de profesor les había bastado por un tiempo, para construir la pequeña casa en las afueras que llamaban hogar, pero pronto sería insuficiente. Edith esperaba a su cuarto hijo, con suerte la niña que tanto anhelaban, pero una familia de seis era muy difícil de mantener, y aunque el pago extra no era demasiado, en algo contribuía al ahorro corregirle la plana a sus colegas.
Estaba atardeciendo, y era ya viernes. Terminaría de revisar su última prueba y regresaría a casa: después de cenar, se podría sentar junto a Edith frente a la chimenea, conversar del día tomados de la mano, viendo a Christopher aprender a leer mientras John y Michael juegan en la alfombra. Al día siguiente tendrían un paseo familiar a la campiña, almorzando sobre el césped, con su esposa cantándole a los niños las tradicionales melodías de la vieja Inglaterra. Y el domingo, como siempre, iniciarían la mañana con la misa en la iglesia local. "Edith mi amor, no te merezco", pensó recordando todos los sacrificios que ha hecho por él. Sólo era un pobre huérfano más joven que ella, pero aun así lo había esperado los seis años que les habían prohibido verse, lo había aceptado pese a no tener nada que ofrecer, incluso se había convertido al catolicismo. El profesor sonrió al recordar la apresurada boda de doce años atrás, una semana antes de embarcarse al frente...
Y súbitamente ya no está en su oficina en Oxford, sino sumergido hasta el cuello en fango, en las trincheras del Somme. El objeto en su mano sigue humeando, pero ya no es una pipa sino un fusil, y su vieja chaqueta de tweed se ha convertido en un uniforme salpicado de sangre seca. A su alrededor se oyen gritos de agonía que el estruendo de los disparos no pueden ahogar y el olor que lo domina todo es a inmundicia, a miedo, a muerte. Inmerso en su delirio, el profesor vuelve a recorrer los mismos pasos que caminó en la realidad, llamando con desesperación a sus amigos, aunque ahora sabe la verdad que entonces desconocía: que por respuesta tendría únicamente silencio, cuerpos destrozados y ojos sin brillo, que sólo en sus pesadillas los volvería a ver.
El trinar de un ruiseñor lo regresa a la realidad, y el profesor se levanta de su silla. Tratando de controlar su respiración, camina de un extremo a otro de la oficina, inquieto, sin rumbo. Entonces repara en que la ventana junto a su escritorio está abierta y posa sus manos en el alfeizar, dándole la bienvenida al viento que le sopla en el rostro. Abre sus ojos y ve en el fondo un sauce, y más allá un viejo roble, con sus ramas meciéndose con una melodía que sólo ellos conocen. Está de regreso en la naturaleza que ama, y aunque la industria amenaza con destruirla, en este momento permanece ahí atenta, verde, viva. Y entonces el profesor sabe que todo está bien.
Regresando a su tarea, cuenta y ve que sólo le faltan tres hojas, puede hacerlo. Y mientras recupera su metódica ocupación, su mente comienza a perderse en mundos de fantasía, creando el cuento de cuna que seguramente le pedirán sus hijos cuando regrese a casa.
Entonces, al llegar a la penúltima hoja, encuentra algo inesperado: la página está en blanco. Tras revisar la anterior y la posterior, se da cuenta que no fue un error de impresión, simplemente le dieron una de más. Contemplando el papel vacío, por un momento se pone triste, pues le recuerda las vidas perdidas, los futuros que nunca fueron, pero una hoja en blanco también es una oportunidad para los que Dios ha bendecido: un camino libre para vivir, para gozar, con posibilidades ilimitadas.
El profesor revisa con celeridad la última parte del examen y regresa a su hoja en blanco, que ha decidido llevarse a casa, con Edith, con John, con Christopher, con Michael. Filosofando sin sentido, antes de guardarla toma la pluma y, como quien no quiere, garabatea la primera frase que le viene a la mente, aunque no tiene idea de qué significa:
"En un agujero en el suelo, vivía un hobbit"
¡Bienvenidos pasajeros! Como la mayoría de ustedes sospechará, el entonces empobrecido profesor es JRR Tolkien, y aunque tardaría todavía siete años en componer su primera novela, aquella aburrida tarde fue la que dio origen a un universo que modificaría la lengua inglesa y el género de la fantasía.
Muchos de los elementos recurrentes en su obra: la naturaleza, la guerra, la familia, la música, quedaron reflejadas en mayor o menor medida en este texto, pero la reflexión en este caso es muy corta, pero creo que inspiradora: la vida tiene muchos misterios, y no hay que temerle a las actividades mundanas, pues nunca se sabe cuando algo especial pueda surgir inesperadamente.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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