The Prom
- raulgr98
- 29 may
- 5 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! En los años que llevo defendiendo el musical como el medio narrativo más efectivo, he esgrimido muchos argumentos, pero uno de los que menos veces he utilizado es su habilidad para darle una identidad única a historias que a simple vista pueden parecer poco más que una colección de arquetipos. Este mes, analizamos un ejemplo de este tipo de obras.
Basada en un escándalo mediático de 2010, la historia sigue a una estudiante de bachillerato LGBT a la que se le prohíbe asistir con su novia al baile de graduación, cuya situación es utilizada por cuatro actores de teatro caídos en desgracia como una oportunidad de restaurar sus reputaciones y llamar la atención de los reflectores. Un éxito en taquilla, fue nominado a siete premios Tony, y aunque no ganó ninguno, fue tan popular que recibió su adaptación cinematográfica a dos años de su estreno, una rapidez sin precedente en décadas.
Antes de adentrarnos en la historia, debo hablar de los aspectos técnicos, aunque sólo puedo hablar de la versión de gira, pues fue la única grabación con el elenco original a la que tuve acceso. Siendo franco, no me gusta el diseño de producción de la obra, creo que es demasiado estrambótico, sobre todo en la iluminación, y no sirve de soporte efectivo para el contraste que hace el guion entre la realidad aumentada de Broadway y el realismo sincero de las escenas en Indiana. Sin embargo, creo que el diseño de vestuario es excelente, complementando de manera perfecta a cada miembro del elenco, y la dirección es bastante fluida, logrando equilibrar los dos tonos distintos de la obra con una excelente coreografía.
“The Prom”, en cuestión de historia, no tiene ni un solo elemento original, pues los escenarios del teatro musical han pasado melodramas de amor juvenil, emblemática representación LGBT y sátira del mundo de Broadway. Sin embargo, lo que muchos críticos tienden a ignorar es que los arquetipos sólo se pueden consolidar como tales por su efectividad para apelar a alguna emoción primigenia de nuestra naturaleza humana, y yo no creo que el uso de ellos sea malo por sí mismo, siempre y cuando se le dé un giro original, o se evite usarlos de muletas para compensar una narrativa vacía. En efecto, la historia parte de clichés, pero al contrario de otras producciones, hay más sinceridad que cinismo en su ejecución, y aunque las sorpresas son muy pocas, el final del primer acto es bastante efectivo, quizá el punto fuerte de toda la obra.
Tampoco hay ninguna sorpresa en los arcos de personaje, todos acaban exactamente en el lugar donde uno se imagina, pero eso no significa que no estén bien escritos. Al contrario, creo que el libreto es más inteligente de lo que parece en un inicio, pues recurre a una diversa gama de estrategias para darle a cada uno una personalidad distintiva, sobre todo a través del sentido del humor. Los personajes adolescentes actúan con más madurez que en otras obras que abordan edades semejantes y el director de la escuela es un personaje de soporte infravalorado, la brújula moral de la historia. Sin embargo, las estrellas son sin duda el cuarteto de actores de Broadway, cuya escritura sobrepasa los arquetipos a los que pertenecen (el homosexual flamboyante, la diva egocéntrica, la corista acabada y el artista clásico empobrecido) y los conduce a transformaciones esperadas, pero con un desarrollo sorprendentemente orgánico, considerando el ritmo vertiginoso de la puesta en escena. En ese mismo sentido, creo que la dirección logra un buen contraste entre sus diferentes influencias, pues si bien el montaje aprovecha todas las técnicas de la época contemporánea, el estilo actoral es uno más clásico, cercano a la extravagancia de los años setenta, con lo que encuentra el balance ideal entre vigente, pero con una atmósfera atemporal.
La historia como está planteada gira en torno a dos ejes narrativos y temáticos distintos, y creo que es mucho mérito de la dirección que estos no choquen uno contra el otro. Comenzando con el de las estrellas, creo que hay mucho valor en hacer una sátira de la misma industria, y la falsedad e hipocresía del activismo de muchas celebridades, sin negar por eso el impacto positivo que ese mundo puede hacer, ya sea por acciones individuales o como símbolo artístico (el personaje de Trent, cuando descubre una faceta como educador, es el que mejor representa el poder formador del arte). Algo que la película omitió de forma lamentable pero comprensible es la rica variedad de chistes sobre el mismo teatro, la historia de Broadway y las peculiaridades de una producción, que creo que son en parte responsable de la popularidad con una audiencia devota.
En cuanto al otro aspecto de la historia, si bien no está exenta de problemas (la explotación y falta de seguridad de los trabajadores el más grave de ellos), la industria del teatro ha sido históricamente más incluyente que el cine o la televisión, no es extraña la apertura con la que ésta producción toca los temas LGBT. El libreto carece de sutileza al momento de desarrollar el mensaje, pero la intención es genuina y celebro que en la caracterización de sus tres personajes homosexuales principales se hiciera un esfuerzo por caracterizarlos de forma polifacética, mostrando que la orientación sexual solo es un aspecto de la personalidad, evitando caer en estereotipos negativos. De hecho, aunque desde una perspectiva joven, progresista; la obra no rompa nuevas fronteras o paradigmas, sí tuvo efectos notables en la cultura: la presentación de uno de sus números en el desfile de Macy’s incluyó el primer beso entre personas del mismo sexo en la historia del evento, y la primera boda homosexual realizada en un teatro neoyorquino se dio después de una función, e incluyó a un miembro del equipo creativo.
Cierro, como es usual, con un breve comentario de la banda sonora, pues como he afirmado muchas veces, una música memorable es capaz de darle frescura a la más trillada de las tramas, pues es el complejo lenguaje vocal y corporal involucrado en un número lo que permite sacar a relucir la complejidad e identidad de la narrativa, poniendo el subtexto en primer plano al permitirle a los personajes ahondar en su caracterización, y matizarla con los mensajes implícitos en la instrumentación y armonías. The Prom no es la excepción, pues combina una banda sonora predominantemente pop con influencias del jazz y la balada clásica para producir un lenguaje musical juvenil pero con un gran sentido del espectáculo. En cuanto a las canciones individuales, “Changing lives” y “It’s not about me” son hilarantes como sátira de la auto importancia que la farándula se concede a sí misma, y “Dance with you” es un tema romántico muy dulce, pero son dos números con elaborada coreografía las que mejor representan el material: “Tonight belongs to you” el espectáculo de ensamble que cierra el primer acto, y “Love thy neighbor”, un número divertido pero emotivo que es el que mejor encapsula los temas de la obra, que más que denostar a la audiencia conservadora trata de acercarse a su perspectiva.
A veces como audiencia cometemos el error de aceptar cualquier producción que nos resulte cómoda, o de creer que algo tiene valor sólo por innovar, pero hay un enorme espectro entre ambos extremos donde existe muchísimo potencial. Una historia puede sentirse familiar, pero a veces eso es lo que se necesita para lograr una conexión, y que la difusión de sus temas sea aún mayor; la ejecución más que la misma originalidad, es la marca de una historia bien planteada.
Año de estreno: 2018 (Broadway)
Música: Matthew Sklar
Letras: Chad Beguelin
Libreto: Bob Martin y Chad Beguelin
Direccción: Casey Nicholaw
Elenco original:
Caitlin Kinnunen (Emma Nolan)
Beth Leavel (Dee Dee Allen)
Brooks Ashmanskas (Barry Glickman)
Isabella McCalla (Alyssa Greene)
Christopher Sieber (Trent Oliver)
Angie Schworer (Angie Dickinson)
Michael Potts (Tom Hawkins)
Courtenay Collins (Mrs. Green)
Josh Lamon (Sheldon Shaperstein)
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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