Tres visitas a la casa del centauro
- raulgr98
- 18 may 2023
- 4 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión les traigo la siguiente parte de la historia de Hércules, en la que el trabajo no es el foco central, pues prefiero darle prioridad a un mito secundario que se desarrolla en la misma época, que incluye el surgimiento de la constelación sagitario.
Tres visitas a la casa del centauro
Erimanto, un mes después
1°
—La bestia que usas me es familiar —decía el viejo centauro, mientras se acariciaba su larga barba— tiene su refugio en la cima de la montaña. Pero aún no estás listo para partir, amigo mío.
—Euristeo me ha encomendado llevarle al jabalí con vida. No seré libre hasta que cumpla mi sentencia. Aún así, espero que no tomes mi partida como una descortesía, estoy agradecido contigo, y tengo a los tuyos en alta estima, desde que el anciano me entrenó en mis años de exilio.
Aunque Folo fuera apenas el segundo centauro que conocía, el héroe hablaba con la verdad. El hombre caballo lo había encontrado inconsciente en la nieve, al borde del congelamiento, exhausto de semanas de buscar al jabalí gigante. Durante diez días le había abierto las puertas de su casa, alimentándolo, sanándolo. Era el mayor tiempo que había pasado con un amigo en mucho más tiempo del que se atrevía a recordar.
—Sí, Quirón es pariente mío y me ha hablado mucho de ti, Heracles. De tu fuerza, pero también de tu terquedad. Temía que dijeras eso, pero te suplico, cuando cumplas tu misión, regresa a mi morada y festejaremos como un héroe se merece.
Erguido en sus cuatro cascos, Folo era mucho más alto que el semidiós, pero le extendió la mano y lo sostuvo para estrecharlo en fraternal abrazo. Antes de soltarlo, le susurró un último consejo en el oído.
—Usa la nieve.
2°
Unos días después, hombre y centauro reían alrededor de una mesa, mientras un jabalí del tamaño de un elefante dormía encadenado en la puerta.
—Tenías razón. No se le podía vencer a golpes, aunque le di una pelea que nunca olvidará. Pero en cuanto lo espanté y lo guie a mi trampa, todo resultó a mi favor, quedó atorado en la nieve, por más que se retorcía no podía salir. Creo que me entendió cuando le dije que lo soltaría si se calmaba, pues lo he podido traer como animal domesticado.
Folo también reía, pues Heracles había entendido bien su consejo, tan vago que ni siquiera Euristeo se atrevería a decir que el héroe no había cumplido solo la tarea. Esto se merecía un premio especial, uno que llevaba mil años aguardando...
Queriendo inmortalizarse como el mejor anfitrión de todos los tiempos, el viejo centauro abrió su preciada ánfora de vino, diez siglos añeja, y el olor más delicioso de la creación inundó la casa, la montaña, la región....
Las visitas no tardaron en llegar, decenas de centauros, seducidos por el atrapante olor. Folo, les ofreció comida que tenía disponible, pero con la mayor cortesía posible los rechazó cuando exigieron el vino reservado para su invitado de honor.
Desgraciadamente, en la mayoría de estas criaturas el lado animal es el que domina sus impulsos, así que rompieron la puerta, volcaron las mesas, y vociferando ebrios incluso arrojaron al viejo al piso. Eso era algo que Heracles no podía tolerar, sobre todo después de un par de sendos tragos, y sacó el arco.
La batalla, si se le puede llamar así, duró solo unos minutos, gracias al veneno de hidra en las flechas del héroe. De los quince invasores, una docena yacía muerta en el suelo y los tres restantes huían. Heracles se preparó para seguirlos, pero el centauro lo detuvo:
—No lo hagas. No caigas en sus mismos impulsos amigo mío.
—Te injuriaron en tu propia casa, no hay perdón. ¿Tú que harás?
—Limpiar los cuerpos y enterrarlos. Tal vez no se hayan comportado con honor y dignidad, pero son de los míos y se merecen un poco de respeto.
3°
—¡Folo! ¡Folo! ¡Necesito ayuda!
Heracles se encontraba nuevamente en casa del centauro, cargando a otro en los hombros: un sabio anciano que agonizaba en un rictus de dolor.
Colocándolo en la mesa, el hombre caballo hizo lo que pudo por atender a su pariente, pues lo reconoció de inmediato, y con amabilidad le exigió a su invitado saber como la persecución había acabado en tal tragedia.
—Los ebrios cobardes se escondieron en una cueva, que debí haber reconocido. Estaba cegado por la ira y disparé a la oscuridad. Nunca imaginé que habían corrido a pedirle ayuda a... a pedirle ayuda a.... ¡Maestro Quirón, cuánto lo siento!
Mientras el héroe sollozaba, Folo revisó la herida, que ya presentaba los mismos signos de envenenamiento que había encontrado en los otros muertos. Intercambió una sola mirada con el viejo maestro y comprendió que no había nada que hacer.
—Limpia esas lágrimas, muchacho —dijo su tutor, con la poca paz que su agonía le permitía—. No puedes permitir que esta tragedia te venza, aún tienes mucho que hacer. Tuve una buena vida, de la que no me arrepiento. Ahora descansaré entre las estrellas, y tal vez algún día los dioses me permitan volver a continuar mi tarea.
Y así murió el sabio Quirón, su cuerpo disolviéndose para unirse al Firmamento. Dejó atrás la flecha que lo había asesinado, que Folo, llevado por el pesar, tomó para observarla antes de que Heracles pudiera detenerlo.
—¿Cómo algo tan pequeño puede causar tanto pesar y destrucción?
El destino es cruel, pues la flecha resbaló y rasguñó el brazo de Folo, quien obtuvo su respuesta de la manera más macabra posible.
Heracles había conocido sólo dos centauros amigables, y en ese día negro perdió a los dos. Al anochecer, cuando la pira funeraria de su anfitrión se terminó de extinguir, y las cenizas quedaron enterradas en la hospitalaria casa, el héroe tomó su premio, dócil y conmovido por la tragedia, y en soledad inició el camino de regreso, aquejado por el dolor y el remordimiento, preguntándose una sola cosa.
"¿Acaso alcanzar la redención valía el infortunio de tantos inocentes más?"
Hasta el próximo encuentro....
Navegante del Clío
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