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Un mal precedente

Ciudad de México, 19 de diciembre de 1827


Se reunieron en la casa del célebre insurgente. Ninguno llevaba signo alguno que los identificara, pero sus rostros eran conocidos por todos, la mayoría eran caballeros notables incluso antes de la guerra. Uno por uno le expusieron a su anfitrión los agravios que los habían motivado a esa reunión secreta. Aunque el que fue héroe de guerra compartía sus inquietudes, seis años en política le habían enseñado que sólo los prudentes permanecen con vida. Aún así, los ofendidos no se callaban...


— Son anti hispánicos, gran maestre. Registraron su....agrupación en Filadelfia. Dicen que Ramos Arizpe y Guerrero los dirigen, pero todos sabemos que el que mueve los hilos es ese malnacido de Poinsett.


—Todo mexicano tiene derecho a la libre asociación, y el embajador no ostenta cargo público alguno. Hasta donde sé, tener amigos extranjeros no es delito, caballeros, o tendríamos que expulsar de nuestro círculo a varios de los presentes.


— Lo que si es delito es que quieran apropiarse de bienes de la santa iglesia para pagar sus deudas. Osan apropiarse del Patronato real, cuando México ya no tiene monarca.


—Esa fue idea de los Borbones, señores; no de estos federalistas, y todos lo aceptaron en su momento. Además ¿no acaso proclaman nuestros diputados día y noche que la prioridad es un gobierno central fuerte? ¿Cómo podemos oponernos a que la deuda de la hacienda pública se subsane por todos los medios posibles.


— Con todo respeto general ¿no es un contrasentido que se resuciten a conveniencia leyes españolas, al mismo tiempo que decretan que seamos separados de todo servicio activo, político, militar y eclesiástico? Si nos quedamos fue porque nuestras fortunas contribuyen a que esta "nación" no se caiga a pedazos.


—Se quedaron porque así les convino a sus intereses, y tendrán que aprender a lidiar con nosotros los mexicanos, amigo mío. Además, la ley del tres de agosto en nada toca sus propiedades, ni sus tratos comerciales. Y, perdónenme que se los diga, pero Arenas y los suyos fueron muy burdos en su conspiración monarquista ¿de qué otra manera querían que reaccionara Victoria?


—Es cierto. Errores se cometieron, pero nada más buscaban excusas para desarticularnos. Dice usted que aún tenemos propiedades e ingresos, pero ¿cuanto faltará para que nos quiten también eso? El decreto Veramendi...


—Expulsa a los españoles, pero sólo del Estado de México. Nada dice de Veracruz, Guanajuato, Zacatecas, ni la capital. Una región no es el país...


—Por ahora, Gran Maestre. Ser prudente es una virtud, pero iluso es casi un pecado. Mañana presentarán una nueva iniciativa, sacarán a los españoles del país. Y quienes crean que es por el bien de los mexicanos...Quieren reemplazarlos con esos malditos americanos, que ni siquiera son católicos.


El insurgente se rascaba las patillas, indeciso. En México, a diferencia de otras naciones, no existían los partidos políticos; pero había una línea clara entre las facciones. El presidente no pertenecía a ninguna, pero si permitió que la logia de york se fundara, y que le impusieran a prácticamente todo el gabinete. No era tonto, él, como muchos, desconfiaba de los gachupines contra los que había peleado por años, pero España estaba muy lejos, y aún tenían más en común con ellos que con sus vecinos del norte, con una mano cada vez más larga. Guadalupe Victoria seguía siendo el presidente, y contra el congreso no se podía hacer nada todavía, pero si aprobaban el decreto de expulsión de la que hablaban los rumores, tenían que estar preparados.


Acallando las quejas y murmuraciones con un gesto, habló:


—Redactaremos de una vez el plan, pero sólo lo lanzaremos si esa ley existe, y se aprueba. Cuatro artículos, y en ninguno hablaremos de los derechos de los españoles. El primero, es proclamar una ley con efecto inmediato para prohibir reuniones secretas. Eso neutralizará a los yorkinos.


—Pero Gran Maestre, nuestras reuniones también son secretas...


—Entonces habrá que hacerlas públicas. El segundo artículo destituirá en el acto a todo el gabinete del presidente. Cuando ocupemos las vacantes, no habrá necesidad de estas juntas nocturnas.


— ¿Y con qué argumentos? No podemos atacar así como así a ciudadanos mexicanos.


— No lo haremos. Esos burócratas han sido engañados por el verdadero enemigo. Por eso, el tercer artículo, en defensa de la soberanía nacional, demandará la expulsión inmediata del embajador Joel R. Poinsett.


— ¿Y el presidente estará de acuerdo con todo esto? ¿Cuáles son nuestras garantías de que no intervenga? ¿Y si nos rebelamos y perdemos?


— Es bienvenido de intentarlo. Ante un levantamiento militar tiene que pedir licencia, su honor lo exige. Así ni siquiera tendríamos que ganar, si nuestro último artículo exige cumplir a cabalidad con la Constitución, y falta el presidente...


No necesitó terminar la oración. En una sola reunión, el insurgente acababa de idear la forma de proteger a su grupo y avanzar su propia carrera. Antes del amanecer, Nicolás Bravo, vicepresidente de México y Gran Maestre de la logia escocesa, firmaría el Plan que detonaría el primer Golpe de Estado en la incipiente república.

¡Bienvenidos pasajeros! La rebelión de Nicolás Bravo fracasaría, pues el seis de enero fue vencido en Tulancingo por Vicente Guerrero. Para muchos, esta guerra de menos de un mes no es más que una nota al pie en una larga lista de caóticos levantamientos, pero sus efectos fueron más venenosos de lo que se le da crédito. Aunque fallida, fue la primera vez que un oficial del gobierno (que doblaba funciones como jefe militar) se creyó con el derecho de obtener por las armas la silla presidencial, pisoteando la voluntad democrática e iniciando un patrón que marcaría el resto del siglo. Ni la primera presidencia escapó a las ambiciones mezquinas de las logias masónicas.



Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío





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