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Un taladro, dos libros y tres recuerdos

Birmingham, 1943


El terror se había transformado en apatía, y Anthony no sabía cual era peor. El estruendo de las bombas no le sobresaltaba, y su mayor molestia era quitarse el polvo del overol. Durante las primeras semanas, había temido por su familia, pero ni siquiera los niños del bunker parecían creer que el mundo podía terminar cada mañana: jugaban, comían y dormían con las explosiones como cronómetro. Tony suspiró, esa era la maldición del tiempo, cuando has crecido entre tragedias, la misma guerra llega a ser no sólo normal, sino aburrida.


Apenas recuerda su casa y el amado piano que tuvo que abandonar. Ni siquiera sabe si aún sigue en pie, pues la ruta establecida no pasa por su antiguo barrio. Del bunker a la fábrica, y otra vez de regreso, una y otra vez, sin descanso. Doce horas en cada uno: en uno taladrando piezas de metal entre el calor de los hornos y el sudor de los hombres. Cuando lo hicieron prestar servicio ahí, alguien le dijo que antes se fabricaba ahí equipo médico, pero ahora tanques y fusiles era lo único que le importaba al gobierno. Y la vida en el subterráneo era igual de monótona: el tiempo de las canciones se había terminado, por lo que masticaba sus raciones en silencio, y contemplaba el cielo de concreto hasta quedar dormido.


Ha pasado tanto tiempo que se ha olvidado de la luz eléctrica. Antes de mandarlos al refugio, sólo les permitieron sacar de su hogar cinco objetos, y había tenido la previsión de tomar una vieja lámpara de petróleo, que los soldados han tenido la amabilidad de abastecer, pues es de las pocas que los separan de la oscuridad. Esa noche, lo único que los separa de la oscuridad. La tiene que compartir con decenas de familias, pero esa noche le toca a él. A su lado, Elva aprovecha la luz para trazar pinceladas sobre un papel, pero Anthony no quiere ver lo que está creando. Se siente culpable por estar celoso de su esposa, pero no lo puede evitar, si el alma de los dos era de artista ¿por qué ella sí podía seguir pintando, y él tenía que dejar su música atrás? Un piano no se podía mover a un búnker, una bolsa con instrumentos sí, y aunque entendía la lógica, se sentía abandonado. Poco a poco, hora a hora, su vida pasada lo abandonaba, y avanzaba a adoptar en mente y espíritu, no sólo en cuerpo, la gris vida de un obrero.


Al igual que a Elva, le habían permitido que uno de sus cinco objetos fuera de esparcimiento, y en secreto había tomado dos. Los dos se habían publicado en tiempos de guerra, pero parecían más viejos, gastados por el uso y la humedad del subterráneo. Eran los últimos libros que había comprado, pero ya se los sabía de memoria. Aun así, leer de nuevo una historia conocida era mejor que mirar a la nada, o alimentar rencores hacia su mujer, así que de nuevo recorrió sus páginas. En medio de la apatía, la lectura le devuelve un poco de vida, y aunque conoce la resolución, se sumerge en la narrativa. En esos momentos, pese a no conocerla, Agatha Christie es la mejor amiga de Anthony, pues Diez negritos y Un cadáver en la biblioteca, son lo único que le queda de una vida pasada. ¿Era de mal gusto leer sobre asesinatos cuando tantos jóvenes morían en un frente lejano? Quizá, pero cuando Europa es devastada por una guerra cuando eres adolescente, y por otra en tu adultez, la violencia ficticia te divierte, insensible a la real.


La lectura trae consigo el primer recuerdo: poco más de diez años atrás. Se encuentra en un puesto callejero en Nueva York, después de un recital. Compra una revista que le llama la atención, de portada naranja, en la que se ve a un hombre atribulado con boina y traje, apuntándole al lector con un revólver. "Máscara negra", anuncia el título, "Historias de vaqueros, detectives y aventureros". La compra por pura curiosidad, y en sus páginas descubre una pasión: devora las historias de misterio con avidez, sobre todo las de un americano criado en Bretaña: Chandler, y su creación Philip Marlowe. La Depresión aun afecta la vida de los americanos, pero ellos parecen encontrar felicidad en resolver asesinatos de la mano de los escritores de revista. A su regreso a Inglaterra, Anthony descubriría a Christie, a Chesterton, a Conan Doyle, y se da cuenta que disfruta algo más que la música y la química, también leyendo puede soñar.


En el camino a la fábrica, a la mañana siguiente, su mente se pierde en el segundo recuerdo: se encuentra en un crucero a Islandia, no como pasajero sino como entretenimiento; y desde su piano en el salón comedor, se da cuenta que no sólo son los pobres como él, o los americanos buscando un escape del mundo, quienes aman a los detectives: la élite de todo el mundo, vestidos de gala y degustando los mejores platillos, discuten las novedades del género con hambre, y un par incluso han llevado a la cena sus propios ejemplares. Una de las noches, incluso han renunciado a la música para que el capitán lea en voz alta la última historia de Poirot, y Anthony ve a la alta sociedad de repente convertida en infantes, gritando conjeturas, lanzando acusaciones y exclamando con sorpresa ante cada giro.


El tercer recuerdo lo asalta en la incesable tarea de taladrar. Sosteniendo su instrumento, se transporta a un hotel en Londres, otro de sus trabajos frecuentes. Pero en su memoria, ya no existe el piano, ni hay recuerdo de las melodías que tocó, lo que le obsesiona es ver el nuevo juego de una élite para la que leer ya no es suficiente. Resulta que Anthony no ha tocado sólo para ricos y socialités, pues infiltrados en el grupo hay un puñado de actores, y uno de ellos acaba de colapsar sobre el sofá de terciopelo. "Lo han asesinado" grita alguien, y los personajes se reparten, la primera pista es dada. Aunque nadie lo invitó jugar, el pianista regresa a casa en éxtasis, pues al seguir a los invitados de la reunión, ha vivido una historia de misterio.


Pero en el presente no existen los pianos ni las copas de vino, ni las fiestas elegantes; sólo el taladro. Tal vez nunca regresen, pero el músico convertido en obrero se pregunta si hay otra alternativa, una manera de recorrer grandes habitaciones sin tener que contratar un hotel, y de vivir un misterio de altura sin tener que vestirse elegante o armar un gran montaje. Anthony Ernest Pratt sigue taladrando, pero la tarea ya no es monótona, pues pasa el aburrimiento ideando reglas para un juego que se pueda jugar en la mesa. Las noches que le toca la lámpara de petróleo, las garabatea en una hoja amarilla mientras su esposa dibuja los primeros esbozos de un tablero.


Tardará más de un año en quedar diseñado, pero cuando por fin lo patente, es con una esperanza en la mente: que el asesinato en Tudor Hall sea la única muerte que sus futuros hijos conozcan.

¡Bienvenidos pasajeros! Dicen que el arte encuentra suelo fértil en la tragedia, la oscuridad y el aburrimiento, y eso es cierto para creaciones más allá de la poesía y la pintura. No sabía que la Segunda Guerra Mundial había detonado la creación de Clue antes de comenzar a investigar, sólo quería contar el origen de mi juego de mesa favorito. No hay duda que todos los días se aprende algo nuevo.




Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío






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1 comentario


raul221063
26 may 2024

Una verdadadera sorpresa el origen de ese juego de mesa. Al menos el creador pudo superar la frustración de no poder dedicarse a su otra pasión: la música.

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