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Un tranvía llamado deseo

¡Bienvenidos pasajeros! El día de hoy quise regresar al teatro abordando la que es considerada la obra más importante de la dramaturgia norteamericana, adaptada innumerables veces al cine: Un tranvía llamado deseo.


Desarrollándose toda la historia en un apartamento en Nueva Orleans, y aunque el elenco acreditado es de doce personajes, en realidad la obra gira en torno a cuatro. La protagonista es Blanche DuBois, una socialité de Mississippi que, habiendo perdido su carrera y fortuna, se refugia con su hermana Stella y su cuñado Stanley Kowalski, además de un amigo de éste, Harold Mitchell. Las diferencias personales, sociales, éticas y culturales de Blanche y Stanley se desarrollan a lo largo de la obra hasta estallar en un trágico desenlace.


Antes de continuar, quiero abordar brevemente mi opinión sobre una lectura controversial de la obra, sobre todo en años recientes. Puesto que Stanley pertenece a la clase proletaria y tiene un apellido judío, mientras que Blanche es una rica heredera del sur con ascendencia francesa; muchos grupos conservadores han adoptado el texto como una defensa de los valores tradicionales y una crítica a la migración. Aunque es cierto que hay ciertos diálogos que pueden resultar, culturalmente insensible, no me parece que la caracterización antagónica de Stanley represente por sí mismo un ataque a la clase migrante, y tampoco describiría el rol de Blanche en la historia como una exaltación del conservadurismo, por lo que invitaría a los lectores a sacar sus propias conclusiones.


Entre los aspectos técnicos, paradójicamente el diálogo es el que me parece menos impresionante. Con esto no quiero decir que carezca de calidad, pues es muy efectivo para contrastar la personalidad de los personajes a través de sus expresiones, y comunica efectivamente los temas (particularmente en los monólogos de Blanche), pero creo que por sí mismo no logra elevar las sutilezas de la dramaturgia de Williams, que relucen en dos elementos muy específicos. El primero es la estructura, que a diferencia del teatro clásico (cinco actos) o el tradicional norteamericano (dos actos), se compone en esta pieza de tres actos. Más aún, la composición de estos es desigual (cuatro escenas el primero, dos escenas el segundo y cinco escenas el tercero), lo que se traduce en un ritmo un tanto caótico y desenfrenado, que logra transmitir de manera muy efectiva el resquebrajamiento mental y emocional de la protagonista, cuando la fantasía en la que se ha sometido no puede ya contrarrestar la realidad. El segundo elemento es un complejo y muy restrictivo trabajo de acotaciones, con descripciones de los escenarios, gestos y acciones alcanzando un carácter casi poético. Si bien puedo entender que para un director la abundancia de instrucciones pueda resultar frustrante, pues impide el desarrollo con libertad del montaje, desde el punto de vista literario presenta un material muy rico, pues cada elemento actoral y de producción es meticulosamente planeado, y contribuye a formar un mosaico contextual fundamental para comprender el subtexto de la obra.


El trabajo de construcción de personajes es sensacional, pues los cuatro principales están perfectamente bien definidos, y tienen un alto grado de complejidad. Para mí lo maravilloso de la dramaturgia en esta obra es que, aunque Stanley eventualmente se revela como un monstruo brutal e irredimible (con pistas sembradas desde su introducción), tiene momentos, particularmente en el primer acto, que disfrazan su codicia como actitud racional, su crueldad y desinterés como prudencia y su lujuria con amor. Blanche, por otro lado, tiene defectos de carácter muy evidentes, pero eso no disminuye su papel de víctima dentro de la obra. Es más, sus constantes baños y delirios son una prueba de su condición rota, pues su obsesión primaria es purgar sus equivocaciones, aunque inicialmente parezca vacía. Mitch y Stella completan el cuarteto como dos clases distintas de cobardía: la mujer que sabe que es lo correcto, pero prefiere seguir las órdenes de su marido en una equivocada visión del amor, y un hombre que es capaz de empatía, pero esta es eclipsada por sus prejuicios y una necesidad malsana de ajustarse a los principios de "virilidad" de su tiempo.


La obra de teatro tiene muchos temas, y se podría hacer un ensayo de cada uno de ellos, y me limitaré aquí a mencionar algunos para no privar a los lectores del gozo de descubrir el mosaico subtextual por ellos mismos. Una de las primeras líneas, que da título a la obra, es que Blanche llegó al apartamento en una línea de tranvías llamada "Deseo", haciendo conexión con otra llamada "Cementerio": para todos los personajes, deseo y muerte se combinan como conceptos interrelacionados, pues el miedo a la soledad que implica la segunda los empuja a una existencia hedonista basada exclusivamente en la satisfacción del primero. Esto es especialmente notable en la caracterización de Blanche, cuya vanidad se sostiene sobre el impulso de superar dos pérdidas recientes (una humana y una material). Los otros personajes (particularmente Stanley), no son mucho mejores, es más, se muestran aún más hipócritas, pues aunque critican a Blanche por una vida libertina ellos mismos están marcados por el juego y la lujuria. La diferencia en orígenes y en clase entre protagonista y antagonista, que mencioné al inicio, no es una crítica a la migración y glorificación de los "buenos tiempos", tanto como una constatación del fenómeno social: el viejo estatus quo está destinado a desparecer en un proceso doloroso, pero el nuevo orden que lo reemplaza está marcado por las mismas ambiciones y defectos. Desde ese punto de vista, la visión del mundo de Williams es bastante negra: el progreso no existe realmente, pero la nostalgia por un falso pasado es igual de maligna; y nada encarna mejor esta afirmación que el estado psicológico de Blanche, que denota su carácter trágico: el tranvía llamado deseo es un sueño, una fantasía, el último vestigio de una falsedad que la mujer ha construido en su mente para no afrontar la realidad.


Quiero concluir con una afirmación que resulta quizá controvertida, pero creo que es en donde radica la mayor vigencia del texto de Williams: es una obra totalmente feminista, no porque sus personajes femeninos se alcen con el triunfo (todo lo contrario) sino porque es explícito en las difíciles circunstancias que enfrentaban en la época, y en muchos sentidos siguen enfrentando: Stella es una mujer reprimida y dominada en una relación tóxica, con su individualidad perdiéndose escena con escena, mientras que la autonomía de Blanche es despojada por la sociedad misma a través de prejuicios y violencia tanto verbal como física que la orillan casi a la locura (el destino de muchas de las primeras feministas). Se trata de un texto atrevido, que enfrentó en numerosas ocasiones la censura por atreverse a mostrar violencia doméstica, homosexualidad, violaciones, depravación moral, no en un afán de causar shock gratuito sino para dejar muy en claro que el libertinaje sexual está presente en ambos sexos, pero la manera en que la sociedad los juzga es muy diferente. La lectura de Un tranvía llamado deseo sigue siendo fundamental pues, a casi ochenta años de su publicación, observar en el espejo nuestra propia doble moral es una necesidad apremiante.


  • Título original: A streetcar named desire

  • Autor: Tennessee Williams

  • Año de publicación: 1947

  • Editorial: Varias




Hasta el próximo encuentro...


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