Vendrán lluvias suaves
- raulgr98
- hace 3 días
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¡Bienvenidos pasajeros! Esta mañana me despertó el incesante ruido de la lluvia impactando contra los tejados y las ventanas, y eso me puso a pensar en el significado que tiene la lluvia para la literatura. Es clave por ejemplo, en toda la ficción de García Márquez, quien lo asocia a la melancolía y la soledad, y cerca estuve de recomendar hoy uno de sus cuentos, pero entre más reflexionaba sobre la tormenta, en relación con noticias recientes, más recordaba otro relato de ficción, que logra usar la lluvia como metáfora de la destrucción, pero también de la renovación.
Si bien se publicó por separado, el cuento se hizo más famoso como un capítulo de la novela “Crónicas marcianas”, que en realidad es un compendio de relatos integrados encaminados a una sola historia: la tendencia humana a la autodestrucción, que utiliza la colonización de Marte como pretexto para abandonar la Tierra a su suerte, sólo para repetir el mismo ciclo en las estrellas. Ubicándose en lo que fue California, en el entonces lejano agosto de 2026, el cuento es una sombría reflexión de lo que permanece de nuestro planeta en los días y años posteriores al fin del mundo.
Lo primero que distingue este cuento del resto del género es que, aunque pertenece a la ciencia ficción, esta es usada de la forma más mundana posible, con tecnología diseñada para volver más cómoda la vida de las personas, y por lo tanto no hay el menor atisbo de asombro. Aunque por fortuna el nivel de tecnología de nuestro presente no ha llegado al planteado por el autor, parece que la intuición de Bradbury era correcta, pues logra predecir las casas inteligentes (poco después del final de la Segunda Guerra Mundial) como el final último de la sociedad de consumo.
Por tanto, el personaje principal del cuento es la misma casa, y el estilo narrativo pone mucho énfasis en el paso de las horas, una decisión narrativa clave para el éxito del relato, pues realza la frialdad de la rutina. En verdad, pese a que la inteligencia artificial que maneja la casa es descrita como compuesta por un “millar de voces”, es tan sólo una imitación de vida, únicamente los ratones mecánicos tienen esbozos de personalidad (y no es casualidad que imiten seres vivos, en lugar de ser barredoras tradicionales). Esto es cierto durante tres cuartas partes del cuento, hasta el clímax pues la casa antes estéril experimenta algo parecido a emociones reales cuando siente la muerte cerca, y ese pavor existencial es lo que finalmente casi la vuelve humana.
En efecto, lo que inicia con un día típico (anuncios, desayuno, etc.) tiene un giro brutal: la casa no sólo está desocupada, sino que sus dueños nunca volverán. De hecho, se trata de la única casa que queda en pie en toda la ciudad, pues el mundo al que el lector se adentra es el desenlace de un Apocalipsis nuclear. Es en esta sección del cuento donde el talento de Bradbury para construir imágenes reluce, y la forma casi poética en la que describe siluetas de ceniza en una pared es desgarradora, uno de los mensajes anti guerra mejor ejecutados de la literatura anglosajona del siglo pasado.
La lluvia en ese sentido, logra cumplir múltiples propósitos pese a la brevedad del texto: sirve casi como incidente inicial, pues es el elemento que revela al lector la falta de seres humanos, y su uso dentro del relato sirve para realzar la soledad de la casa, en una atmósfera melancólica que, eventualmente, traerá el final del último reducto del paso del hombre. Pero así como los vientos de tempestad son causa de destrucción, los únicos momentos del cuento que se podrían describir como bellos también tienen que ver con la lluvia, y el sol que le sigue, pues representan de forma agridulce la esperanza de nueva vida.
Se podría decir que en un contexto alegórico, la casa es la muerte, condenada a repetir la misma rutina una y otra vez, sólo escuchada por sombras en la pared, fantasmas hechos de ceniza. De hecho, el único otro personaje que entra a la casa, fallece (más de tristeza que de hambre), pero Bradbury se asegura de afirmar que hay zorros, gatos y aves en el exterior. Es ambiguo si estas criaturas son también recuerdos de los tiempos antes del fin, o si de alguna manera la Tierra está sanando una vez extinto el hombre, pero esa esperanza de un futuro con vida evita que la ficción descienda en el nihilismo, casi como si el autor quisiera decir a los lectores que el destino puede aún ser cambiado.
Quienes lean este cuento, que está disponible de forma virtual gratis, tendrán dos experiencias, pues el título del relato es una referencia al poema de Sara Teasdale del mismo nombre, compuesto en 1918 y que Bradbury reproduce íntegro en su texto. Este gesto de intertextualidad tiene mucho sentido temático (también el poema habla del potencial restaurador de la lluvia), pero en conjunto dan una visión cíclica de la Historia: si el poema fue compuesto como una expresión del temor de la devastación traída por la Primera Guerra Mundial y la gripe española, el cuento es prueba de que los mismos temores, exacerbados por la bomba atómica, están en la mente de una nueva generación, y ambos ven la posible extinción del hombre como algo terrorífico, pero agridulce gracias a la certeza de que la naturaleza podrá reconstruir. Incluso dentro del relato, el poema de Teasdale es introducido como uno de los favoritos de la fallecida dueña de la casa, en un brillante toque de ironía dramática pues la familia es víctima de la tormenta que Teasdale vaticina, sobre la que con casi toda seguridad reflexionaron, pero cuya advertencia desoyeron. Quizá nosotros corramos con mejor suerte, aunque las noticias de Medio Oriente parecen confirmar el dominio de lo peor de nosotros.
Título original: There Will come soft Rains
Autor: Ray Bradbury
Año de publicación: 1950
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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